10.23.2012

Fotógrafos en tarima

Karin y César. Foto, tomada de Facebook.

A Karin Richter y a César Serna se les ve en muchos conciertos de la ciudad. Son amigos, son fotógrafos, son amantes de la música y disfrutan fotografiar a los artistas en acción, en tarima. Ella es artista plástica y él es historiador. A César el gusto le viene de familia y a Karin le dio por la fotografía porque sabía que el arte no era tan buen negocio. Karin Richter y César Serna son fotógrafos de la calle, gran parte de su trabajo se hace a la intemperie.

Por afición a la música, por casualidades, por el entorno y por los amigos, uno de los ámbitos en los que son ya reconocidos en Medellín es la música, es a ésta a quienes Karin y César fotografían. A través de la luz, ellos traducen los sonidos y los movimientos en formas y colores que quedan impresos o dispuestos en una pantalla. Y para que una foto valga la pena, no es solo su habilidad como fotógrafos la que juega, aunque por ahí se empieza: saben, por supuesto, tomar muy buenas fotografías, conocen al derecho y al revés sus cámaras sus lentes y han aprendido, con los años de práctica, a interpretar la luz de los escenarios, a jugar con la luz natural, a comprender la posición de los músicos con relación a su cámara, a moverse hábil y discretamente por la tarima y a sacar lo mejor que cada género y cada banda pueda ofrecer. Porque en la música hay de todo: escenas sosas y carentes de magia para la captura; brincos de varios metros y desfogue de energía que difícilmente queda atrapado en el ojo de alguno de ellos; exceso de movimiento en el escenario, oscuridad, colores, brillos, quietud extrema. Y todo eso cuenta a la hora de lograr una buena foto. Por eso, César se queda con el industrial, tipo Mechanical; Karin prefiere el metal, tipo Gaias Pendulum. "Cada foto debe tener su propio sonido", afirma César.

Ellos, por supuesto, van de concierto en concierto, se mueven entre ciudades, entre géneros, entre amigos y entre artistas diversos. Su hoja de vida se compone de anécdotas, experiencias y viajes. Un premio a punta de 'likes' en Facebook y su demostrado talento, llevaron a Karin a tomar fotografías a México. Su trabajo juicioso y su buena gestión, han convertido a César en fotógrafo oficial de la misma banda internacional en dos visitas consecutivas a Colombia. Y con el camino que llevan recorrido, tienen derecho a soñar tan grande como querer "conocer el mundo a través de la fotografía", que es lo que espera Karin de su trabajo.

Detrás de los objetivos y las cámaras se van los días de César y de Karin. Y muchas de las noches de esos días se van sobre una tarima, entre cables, instrumentos musicales, amplificadores y artistas. Bajo el agua, protegen sus cámaras con plásticos; bajo el sol, intentan una buena fotografía a pesar de lo inmanejable de la luz. Ellos no son músicos, pero están en tarima, corren, se mueven, enfocan, disparan. El resultado de su trabajo puede verse fácilmente en las redes sociales. Facebook, Flickr, Twitter. Sus registros circulan y de esta manera muchos ojos pueden ver la música a través de su mirada.


Escuche a continuación la versión radial de este post. Entrega 01 de Radio Ciudad Intemperie.


9.23.2012

De comparsa con la Oficina

Detrás de las puertas del Teatro Oficina Central de los Sueños hay grandes artistas y grandes amigos. Por eso, este año, decidí cambiar mi papel de espectadora y me fui a vivir la fiesta de una comparsa con ellos. Colorida, transformada, maquillada y un poco aporreada, corrí por la Avenida La Playa y fui inmensamente feliz. Así que para ellos, mis amigos de Oficina, ese espacio que he habitado con tanta frecuencia y tanta alegría desde hace algunos meses, para ellos escribí este sencillo texto.




La puerta del Teatro Oficina Central de los Sueños permanece cerrada de domingo a miércoles. Se ve, sobre la carrera Girardot, entre Maracaibo y La Playa, una fachada algo estrecha, una puerta azul, un cartel que anuncia lo que sucederá a partir del jueves. Todo parece en silencio. Si de casualidad uno pasa mientras alguien está entrando y de puro curioso mira hacia adentro, no se lleva ninguna sorpresa, todo parece en silencio.

Pero si la impertinencia alcanza y uno pregunta y hasta entra, después del corredor estrecho que le sigue a la puerta azul, con un piso de iglesia igual al de la Iglesia Nuestra Señora de los Dolores, del Parque de Robledo (la iglesia de mi infancia y adolescencia), se encuentra uno con un patio y un muro con un graffiti que, en letra incomprensible, difícilmente deja leer la palabra SUEÑOS y que, además, tiene el rostro del maestro Santiago García, director del Teatro La Candelaria.

Y al frente del patio, dos cuartos con computadores, mobiliario, afiches, un poco de desorden y personas trabajando, enviando mails, escribiendo tuits, haciendo cuentas, vendiendo boletas, . Ellos hacen parte de esta Oficina, hacen parte de Medellín en Escena, una agremiación de artistas escénicos de Medellín que, entre otros logros, cuentan hoy con la Fiesta de las Artes Escénicas, un festival de teatro que llena salas.

El patio se une con otro salón que tiene una barra, lugar que hace las veces de buffet, de bar o de bailadero según el ánimo y las necesidades del momento. Y si uno sale, otro corredor y otra puerta y atrás, el escenario. Y es martes pero el escenario está lleno. Claro que la obra no está lista. Todo parece en construcción, todo está a medio armar, huele a sacol, a pintura fresca, a vestuarios desempolvados.

Suenan tijeretazos, voces afanadas, pasos acelerados. ¿Dónde está la falda de colores? ¿En cuál maleta quedó el vestido? Muchachos, escuchen. Todos acá un momento, por favor. Ya van a ensayar los músicos. Es la voz de Juan, el actor flaco y alto que representa a Gonzalo Arango en Fin de viaje. Él es el director de la comparsa de Oficina Central de los Sueños, que salió el 26 de agosto junto a otra cantidad de grupos de artes escénicas de Medellín que, este año, se dieron a la tarea de recrear personajes y situaciones relacionadas con el rebusque del día a día, con el trabajo de la calle, con la economía informal, con las ventas ambulantes, con ese paisaje diario de las calles del centro de Medellín, de los semáforos, de las esquinas.

Entonces dentro de Oficina Central de los Sueños, chicos de las redes de artes escénicas y de danzas, actores profesionales, músicos y amigos de la casa, le dieron vida a personajes que nos encontramos cotidianamente: jóvenes limpiavidrios con su instrumento de trabajo, un tinterillo, representado por Luisa, que portaba un abundante bigote, una prominente barriga y una máquina de escribir hecha de cartón; tres hermosas negras (muy blancas todas ellas antes del maquillaje) que cargaban mandarinas y gelatinas gigantes sobre sus cabezas, la tercera arrastraba una parrilla con provocativas porciones de carne, chorizos y arepas de espuma; varios vendedores de discos compactos piratas de géneros tan diversos como el 'roc' o la 'colomviana'. El vendedor de algodones de azúcar que, por su tamaño, de haber sido reales, podrían ser compartidos por ocho personas o causar un coma diabético a su consumidor; los minuteros cargados de celulares encadenados a sus cuerpos, un vendedor de mazamorra, una carreta de voluminosos aguacates arrastrada por un tipo chiquito con sombrero y bigote como mexicanos, un volantero medio cojo con una gorra hecha de pedazos de volantes que distribuía pequeños cuentos amarillos, tradicionales vendedores de chicles, papitas, confites, cigarros; taxistas y conductores de transporte escolar, que encabezaban la escena y que eran abordados por aquellos limpiavidrios que aparecieron en el inicio.

La música de esta comparsa corrió por cuenta de los merenderos, músicos dedicados a la chizga, de los que habitan el Parque Berrío y algunas bancas de Carabobo, de los que persiguen parejas para ofrecer serenatas. Ellos fueron representados también por actores – músicos que hacen parte de Oficina Central de los Sueños.

Todos con las pieles insoladas por el maquillaje, intentando mostrar los vestigios de la exposición al sol de los vendedores de verdad, que corren y se esconden y regresan y marcan territorio y establecen su propio orden y están ahí. En estos personajes, que se veían como caricaturas de esos oficios tan cotidianos y tan propios de estas ciudades en las que ya casi no hay cama pa' tanta gente, ellos, los que salen cada día de sus casas a rebuscarse lo del diario, se vieron reflejados, se rieron de sí mismos, corroboraron que a pesar de ser ya paisaje habitual de nuestras calles y aceras, sí los miramos, sí los sentimos, sí entendemos que el espacio que ocupan es un espacio ganado. A veces alegamos, a veces nos molestamos cuando nos atacan por montones con papelitos que prometen dinero, tranquilidad, préstamos fáciles, felicidad completa, amor eterno; y otras veces rogamos encontrarnos con el vendedor de aguacates cuando estamos camino a casa o nos encontramos el marco de gafas más hermoso y barato justo debajo de un puente en una tabla de icopor. A ellos, la Oficina Central de los Sueños les hizo este entretenido homenaje en la Comparsa Inaugural de la VIII Fiesta de las Artes Escénicas.

¿Y qué vamos a hacer en la Novena?

7.09.2012

¿Qué tanto ha cambiado Prado Centro?

'Prado a la sombra' fue el título de este texto, que publiqué en el periódico La Hoja en noviembre de 2007.  Han pasado cinco años y la sensación de quietud, soledad e inseguridad es casi la misma de hace cinco o diez años; algunos nuevos edificios y algunas salas de teatro o casas dedicadas al arte han llegado para introducir cambios en esa rutina y en ese letargo en el que se ha sumido el patrimonial Prado. Pero allí siguen sus viejos habitantes, aún con miedo de que sus propiedades y sus historias desaparezcan entre el moho y el olvido.
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La Casa del Alcalde. Palacé. Octubre de 2007

fue eje de esta Medellín y que por años ha vivido a la sombra.
En contraste con ese barrio de prósperas y tradicionales familias que una vez inició Ricardo Olano, hoy las casas de Prado están pobladas por pequeños grupos de personas, a veces sólo parejas de abuelos que de vez en cuando reciben las visitas de sus familiares.

Debe ser esa la razón por la que al recorrer este barrio uno no encuentra muchos caminantes a su paso, pocas tiendas de esas que convocan a los vecinos alrededor del precio del huevo, ningún niño en bicicleta, pocos jóvenes en las aceras y una que otra mujer que aprovecha la limpieza de su acera para socializar con la de en frente. No hay un lugar para un café, una cerveza o un vino, no hay parques. Prado no es un barrio que convoque a la tertulia y al encuentro.

“A Prado no lo tumbaron de milagro”, dice Juan de Dios Ceballos, desde su casa, que queda en una esquina; una casona que parece que el tiempo sí ha comenzado a tumbar. El interior es frío, la humedad se come poco a poco las paredes y los techos, y se eleva ese olor penetrante que a veces se parece al olor del abandono. Y esa sensación se extiende, otra vez, y a cualquier hora, por las calles y carreras que atraviesan a Prado.

En esa aparente calma, en ese sopor que envuelve su cotidianidad, este barrio ha sido víctima de múltiples cambios: Algunos de sus habitantes sienten que aún hacen parte del Centro de la ciudad, aunque la Oriental sea la cicatriz que quedó después de que intentaron romperle la cara; para otros, inevitablemente, esta avenida los alejó del centro y los echó al olvido.

Y a esa división que representó la Avenida Jorge Eliécer Gaitán, se suma la llegada del Metro, más reciente en la historia, y que terminó de encerrar a Prado entre dos ejes de desarrollo para la ciudad, apartándolo mucho más del comercio, de la vida nocturna y del centro en su totalidad.

Parece entonces que el desarrollo no hubiese llegado a Prado, pues sus viviendas quedaron anquilosadas en el siglo antepasado, prevalecen las grandes construcciones de diversos estilos arquitectónicos, pesadas a la vista y al bolsillo de sus habitantes. Poco queda de aquellas familias aristocráticas que se unían alrededor de una mesa de comedor en las suntuosas casas de diez, once o doce habitaciones, patios interiores, salones y solares.

Hoy se encuentran pocos edificios, ninguno de gran altura, el más alto se llama Prado Real, y queda en Moore con Palacé, tiene siete pisos y 54 apartamentos, ese es el lote con mayor densidad de habitantes. Justo en frente de su portería está la casa de Omar y Gladis, que viven con sus dos hijas y se reparten –ellos y sus pertenencias– entre los once cuartos que antes ocuparon hermanos, hermanas y padres de Omar*. De esa misma manera, las casas de Prado están habitadas por muy pocas personas, muchas ya viejas, adultos mayores que poco salen a la calle, que pocas necesidades de consumo tienen y que poco dinero guardan. “Aquí somos poquitos, viejos y pobres”, dice uno de los que así se considera, Gonzalo Isaza.

Muchas de las casas de Prado, incluso las habitadas, huelen a viejo, a muebles guardados, a la humedad que dejaron las goteras que han logrado curarse en sus techos. De puertas para dentro no hay patrimonio y, al parecer, son los habitantes de estos caserones quienes pagan el precio de habitarlo. Porque la belleza de sus viviendas y la intención de conservación y preservación les impiden quitar o poner un ladrillo, convirtiéndolas en un encarte, pues al haber superado su vida útil –techos, paredes, acueductos, alcantarillados y redes eléctricas aporreados por el tiempo han salido del mercado inmobiliario. Ya a nadie le interesa comprar en Prado.

La periferia de Prado, la que marcan la Oriental, Bolívar y Barranquilla, está habitada por grupos sociales que poco o nada tienen que ver con sus actuales habitantes. Por eso hay miedo y reacciones ante la posibilidad de una nueva cara para Prado: “Sabemos los vecinos que tenemos –dice Omar Cardona, padre de familia, tradicional habitante no queremos que Prado se convierta en un corredor para travestis, indigentes y expendedores de drogas”. Por eso, en mayo de este año, el Concejo de Medellín, por la presión de Aproprado, la asociación de propietarios, se vio obligado a desistir de la construcción de un bulevar peatonal, que atravesaría Palacé, la misma calle que habitan el Alcalde y el Arzobispo de Medellín. Una muestra pues de lo que los habitantes del barrio esperan de su entorno.

El otro lado de la moneda lo viven las instituciones religiosas, culturales y académicas, que poco a poco adquieren grandes y bellas propiedades, cambiando así el uso residencial que predominaba en el barrio. La Universidad de Antioquia, la Clínica del Prado, el CES, la casa del Teatro Águila Descalza, la Corporación Ghandi, un par de centros Claretianos, la Academia Rembrandt y varios hogares geriátricos, son algunos de los nombres que uno se encuentra y que han sabido aprovechar estos inmuebles, grandes, iluminados, cómodos, lujosos, centrales, con todas las características que sirven a oficinas y demás. Estos son los buenos vecinos, así como el Alcalde, que restauró y rehabitó un bien de interés cultural para volver a dar al barrio la cara que históricamente ha tenido.

Que este barrio se haya salvado de una demolición colectiva se debe, en gran medida, a que muchos de los que han dejado sus viviendas no han tenido la inminente necesidad de vender, y a esto responde también que haya casas en el total abandono, con sus fachadas patrimoniales ajadas y consumidas por el moho, a la espera de que el Municipio se atreva a romper sus candados para darles estatus, para hacerlas dignas representantes de un barrio de conservación arquitectónica y urbanística.

Entre construcciones, migraciones y nuevos vecinos, Prado vive desde sus inicios una transformación constante, que va mucho más allá de un par de aceras, botes de basura y nuevos árboles. Prado, dentro de su quietud y el temor de entregarse a manos que lo aniquilen, espera volver a ser ese barrio orgullo de la ciudad, espera que sus fachadas, tan patrimoniales que son, y que sus habitantes, que son también patrimonio, vuelvan a ser orgullo real para Medellín y salgan de la sombra.


* La casa de Omar y Gladis es hoy un hogar geriátrico.

7.07.2012

De los falsos abdómenes rayados y otras miserias del mercado


Nota introductoria: ¿Qué puedo decir? También caí. Pero esto no es una respuesta a Azcárate, y aunque su opinión no debería trasnocharnos, le agradezco que logró reactivar la escritura para mi blog.

Lo de Alejandra Azcárate no es tan grave y es muy grave. Su texto burlón, creo, no merece la atención que le prestamos. Sobre todo porque, por ejemplo, aquellas mujeres con unos kilos de más que respondieron con tweets inteligentes, posts sensatos y bien orgullosas de esa característica física, son precisamente esas que no se dejan amedrentar. Ni de Azcárate, ni de nadie. ¿Pero qué pasa con las otras? ¿Qué sienten todos los días otras mujeres que se convierten en foco de burla de sus compañeros de colegio – de guardería, incluso-, que son blanco de críticas de sus madres y tías, que se encuentran con almacenes en los que las tallas cada vez son más pequeñas y que sienten las miradas prejuiciosas en un restaurante, cuando piden una adición de tocineta o cuando agrandan las papas y la malteada? Lastimosamente, desde mi perspectiva, lo de Azcárate es lo menos grave.

Como muchas mujeres fui anoréxica, fui flaca, fui delgada, estuve “repuestica” y ahora mi figura dista mucho de la de la flaca de la universidad. Todas mis tallas han aumentado con los años, y con las tallas y los años, los chistes y comentarios de familiares: A los 14 no me ponía la ropa sino que me la colgaba; a los 16, o me habían sacado las cordales o me estaba comiendo toda la sopita porque se me notaba en los cachetes; a los 29 no dejo de escuchar de algunos tíos que “jamás nos hubiéramos imaginado que usted se fuera a engordar”. Y así. Entonces, como a muchas de las mujeres de esta ciudad, me dio por adelgazar. Carboxiterapia, vacumterapia, presoterapia, comenzaron a ser términos dolorosamente familiares para mí.

Pero mi primer acercamiento a una clínica estética me dejó un sinsabor que quiero compartir, porque a mujeres y actitudes como esas sí hay que prestarles atención. “Ese gordo tuyo, ¡FO!”, expresó la profesional de la salud, así pretendía venderme el tratamiento ambulatorio que en cuestión de tres horas me podría dejar con un abdomen perfecto “te puedo rayar para que parezca que has hecho ejercicio”, “vas a hacer la envidia de tus amigas”.

Pero no, no me interesaba tener el abdomen de la deportista que no soy ni quiero que mis amigas me tengan envidia. Si no me quiero gastar dos horas de mi día haciendo ejercicio, asumo con entereza que mi barriga no luzca como si lo hiciera. Y de mis amigas, prefiero admiración, respeto y lealtad que envidia. Tengo pocas amigas y ninguna de ellas es perfecta, bellamente imperfectas todas ellas.

Renuncié a adelgazar, decidí que unos masajes serían suficientes, que las hamburguesas son deliciosas como para dejar de comerlas (y eso mismo me dice la masajista), que hay ropa para todos los cuerpos y que la belleza no está solo por dentro; que, de verdad, no vale la pena buscar tanto la eliminación de unos kilos. Sin embargo, ahora con la sonada columna (justo acabo de leer la -esa sí- columna de Ricardo Silva en la que expone otros argumentos relacionados con el lamentable sentido del humor) recordé a la médica y sus ofensivas palabras, que intentó decir con muy buen humor, por supuesto. Recordé a las mamás diciendo “guarde la barriga”, recordé cuando a mi hermana le dijeron que “a los gordos solo los quiere la mamá”. Y así por el estilo.

Que una mujer hecha entre gimnasios y quirófanos se goce a las gordas no es problema. Problema es que ese patrón se repita cada día, en tantos espacios, pues entre la posible baja autoestima de una mujer cuya apariencia física no encaja en lo que muestra la televisión (porque la gorda que consigue novio es la gran hazaña en una telenovela) y las palabras de una médica cuyo nombre olvidé, son varios millones de pesos los que se transan y varias lágrimas las que se derraman. Eso es lo que realmente me preocupa.

3.30.2012

¿Quién es el decente?

Discurso de un hombre decente es una puesta en escena del grupo bogotano Mapa Teatro, que tuvo su preestreno en Medellín, antes de partir hacia el Iberoamericano en su ciudad natal. La vi en el Teatro Pablo Tobón Uribe el 22 de marzo y lamenté no haberla alcanzado en Bogotá, porque sé (de buena fuente) que cada vez sale mejor y he escuchado comentarios sueltos que afirman que esta obra es de las buenas que han visto en el Festival hasta ahora. En Medellín, en cambio -o al menos entre el escaso público que asistió al Teatro-, faltaron los aplausos y, creo, faltó la comprensión (en unos casos, claro; en otros, se trata del gusto y de la conexión y con eso no hay nada qué hacer).

Alguien del público gritó: “¿A qué horas empieza el teatro?”. Rara vez escucho yo un alarido de ese tipo en una sala de teatro. Y qué público mal educado somos como para no tener la cordura de guardar silencio, de lidiar a solas con nuestra ignorancia. ¿Obra de teatro? Quizás eso fue lo que faltó; lo figurativo, lo literal: un Pablo Escobar perfectamente caracterizado, fortachón y bigotudo, junto a una Virginia Vallejo que se desviviera de amor por él en la tarima. Quizás faltó un tejado y una balacera y la caída y los policías de la DEA y todo el bloque de búsqueda; cada uno de ellos con parlamentos y movimientos dramáticos en el escenario. Pero a cambio...

Vi en 'Discurso de un hombre decente', presentada en el Teatro Pablo Tobón Uribe, un performance (en la web del Iberoamericano se cataloga como "teatro contemporáneo") claramente político que busca sustentar una tesis: la 'guerra contra las drogas' está perdida. Este mensaje, personalmente, no hubiese sido para mí tan claro y contundente si en lugar de lo que vi, el escenario hubiese contado con ese guión que terminaba en moraleja obvia e insulsa. Para mí, aburrido.

Ver 'Discurso de un hombre decente' fue como ver una suerte de documental, de esos muy modernos, recargado de ayudas visuales, testimonios no sincrónicos y montajes que interfieren con la imagen real. En la obra, o el performance, para comodidad de algunos, se hizo presente esa mezcla de realidad y ficción que tanto cala en el arte contemporáneo. Un discurso encontrado en la camisa de Pablo Escobar el día de su asesinato (momento que no vemos en la obra de teatro), rapeado con la voz de un no-actor cuya cara no es más que sombra tras oscuros telares y perdida entre matorrales, es el hilo conductor de esta historia. Una historia en la que aparecen periodistas, estudiosos, víctimas y el victimario. Una historia documentada, con un juicioso rastreo de prensa. Una puesta en escena con colores, olores, sensaciones, sonidos.

En suma, me gustó el discurso, me gustó la puesta en escena, me gustó la investigación que se nota en los detalles del performance. No me atrevo a juzgar estética o dramaturgia, ni a poner adjetivos que resultarían necios cuando es la subjetividad la que se impone; y cabe anotar que además del gusto, del goce, no tengo más vínculos con el teatro. Para mí, no quedó faltando historia, la escuché y la vi en la recopilación de titulares de prensa cantados, en los detalles entregados por los integrantes de la banda Marco Fidel Suárez sobre sus fiestas con Pablo, en la narración de la explosión en la Macarena de la que don Danilo salió damnificado; todo eso, para mí, hizo la historia. Además, el pacto ficcional que firmamos al recibir la boleta en la taquilla se cumple: lo que pasa en este escenario, lo que usted ve, es mentira pero es verdad.  

Y para seguir pensando en el tema, mientras yo me pregunto quién es el decente -que no lo era Pablo Emilio tampoco- dejo esta canción que narra quién es el Patrón.


Quien es el patron? by Systema solar on Grooveshark

1.15.2012

Complejidad, oscuridad, laberintos.

Conocí la Sala de la Mente del Parque Explora. En general, me gusta mucho este lugar y cada vez que voy siento una suerte de gusto por saber que Medellín tiene un escenario de este tipo. La última vez, esa sensación fue mayor: escuché acentos de todas las regiones colombianas, y no exagero. Diversos tipos de costeños, bogotanos, santandereanos, pastusos, algunos que se me hacían desconocidos, que no lograba identificar. Y me gustó reconfirmar que en Medellín, en los últimos años, han pasado cosas interesantes, se han construido escenarios que poco a poco nos van ayudando a salir del ostracismo paisa al que hemos estado acostumbrados.

El motivo principal de esta visita era conocer la nueva sala, andaba con muchas expectativas y no salí defraudada. Una bonita experiencia para conocer y tratar de entender aquello que nunca podré entender: cómo diablos funciona el cerebro humano. Así que narraré un poco lo que encontré, haciendo acopio de una serie de datos curiosos que fui leyendo o que me fueron contando, todo para concluir que la mente humana, que nuestro cerebro, es un aparato maravilloso, perfecto y misterioso.

Lo primero que me encontré fue una enorme mesa iluminada que explicaba de qué manera viajan los impulsos eléctricos de una neurona a otra, o al menos eso creí entender. Entonces uno presionaba con su dedo alguno de los puntos de luz y la corriente comenzaba a expandirse; así, era posible ver algo similar a una constelación, a un manto de estrellas en movimiento. ¿Será así de hermoso el proceso de neurotransmisión cada vez que alguien me roza sin querer?  Después de jugar por un rato en la mesa iluminada y de viajar a través del sistema nervioso, observando una pantalla cóncava, me detuve en una pecera. El pulpo, un animal con un complejo sistema nervioso, dicen que son los invertebrados más inteligentes y cada uno de sus brazos tiene un pequeño cerebro que se conecta con el cerebro principal. ¡Los pulpos tienen nueve cerebros! Este pulpo tenía un color blanquecino, muy bien camuflado con la piedra sobre la que reposaba; color que se desvaneció rápidamente, cuando un niño se acercó a la pecera y tocó el vidrio. En un par de minutos, el pulpo cambió tres veces el color de su piel: de blanco a café, de café a violeta, de violeta volvió al blanco original, aunque un poco oscurecido. Un espectáculo muy bello.


Me llamó la atención la cantidad de experiencias apoyadas en el sonido: discursos del Che Guevara, Luis Carlos Galán, Salvador Allende y Nelson Mandela, como ejemplos de la emotividad en la voz y las sensaciones que ésta puede producir en quien escucha; combinaciones de voces y de rostros: ¿Cuál voz le queda mejor a cuál cara? Y cuántas veces nos engañamos por una voz y cuántas otras escuchamos y pensamos que no parece que hablara quien está hablando. Un paisaje sonoro de una peluquería con los planos muy bien cuidados, de manera que es posible ubicar la escena y sentir cómo se acerca la tijera para hacer el corte de cabello. La escena de una película ambientada con diferentes músicas que genera en el espectador sensaciones diferentes: la misma escena, según el fondo musical, podía resultar romántica, terrorífica o de acción. 

Y, también con el sonido como materia prima, una cabina dedicada al miedo, en la que, con audífonos puestos, es posible percibir sonidos que alimentan una sensación quizás paranoica: voces que se alejan y se acercan, un entierro, rezos, llantos, gemidos. Y de pronto, una voz al oído, alguien te habla en secreto, te asusta. Claro, si uno está decidido a experimentar el miedo, a dejarse tocar el sistema nervioso simpático y a permitir que el cerebro envíe mensajes que nos agiten el corazón, que nos pongan a sudar, que nos inviten -obliguen- a reaccionar. Esta experiencia fue bastante significativa en mi visita; por un lado, el cuidadoso trabajo sonoro que hay detrás de ella; por otro, que se nos permita encontrarnos de frente con eso tan común, tan humano, pero al tiempo tan vergonzoso, como si el miedo no se tratara de una reacción fisiológica, de una sensación natural. Al miedo, ese tema que da vueltas por mi cabeza y por mi trabajo académico, también me lo encontré una mañana de vacaciones, en la Sala de la Mente del Parque Explora.

Este recinto es oscuro, tan oscuro, creo yo, como la mente y lo que sucede en ella, como las formas en las que el cerebro controla cada una de las funciones del cuerpo. Escuchar, hablar, soñar, caminar, reír, llorar, comunicar. Esas nostalgias, esas alegrías, esos recuerdos. Todo concentrado ahí, en esa pequeña masa desagradable a la vista, en esa porción del cuerpo de complejidad infinita. En una de esas paredes oscuras encontré un dato que mi memoria ya había eliminado, pero que había recibido en clase de biología en el colegio: el cerebro destina 120 millones de neuronas, llamadas bastones, para distinguir los tonos grises del universo; para los colores, son sólo 6 millones, y llevan el nombre de conos. ¿Hay mayor actividad cerebral cuando vemos una película en blanco y negro? ¿Pensamos más cuando nos detenemos a observar una fotografía en escala de grises? 

Me tomó unas tres horas recorrer la Sala de la Mente completa, escuchar a los exploradores, acercarme a las experiencias, sentir el Síndrome del Miembro Fantasma, caminar por una sala con el suelo y los muros inclinados mientras que afuera se observaba un escenario completamente normal; corroborar que mi mano derecha es más rápida que la izquierda, pero no por una gran diferencia y preguntarme, cada vez que escuchaba alguno de esos acentos, cómo el cerebro, sumado a las condiciones culturales, al entorno, logran determinar esas formas particulares de hablar.








1.03.2012

Desadaptadoz: gritos urgentes, historias aprisionadas

La voz de esa mujer me encanta. Ella pasa con un megáfono, gritando; lleva blusa verde brillante, falda brillante y un sombrerito miniatura sobre una peluca rosa: sí, es una payasa con un megáfono. Pero no estaba yo en 1990, caminando por ese saturado centro de Medellín haciendo compras navideñas, cuando solía ver payasos armados de megáfonos, anunciando cualquier promoción. Recuerdo mucho esos días: yo solía caminar con mi papá por el centro y escuchaba a los payasos que invitaban a entrar a un restaurante o a comprar algún producto. La payasa de esta historia, por supuesto, no estaba allá. Y no estaba porque no recuerdo haber visto nunca a una mujer-payasa en ese rol de anunciante callejera.

Era el payaso, nunca la payasa. Y eran aterradores: su maquillaje se iba diluyendo entre gotas de sudor; qué digo gotas, ríos de sudor que recorrían esos rostros blanquecinos y dejaban caminitos desteñidos, de color rosa, resultado del blanco de zinc y el color de la piel. Sus voces, estridentes, chillonas, fastidiosas, empalagosas; un fallido intento por ser cómicos y halagadores. Sus ropas, a veces raídas y sucias; nunca estuve tan cerca para saber si, además, podría describirlos como malolientes, intuyo que sí, claro, porque esos días los recuerdo como calurosos y congestionados. No exagero. ¿A quién se le podría ocurrir que un payaso era una buena estrategia de mercado? A mí me espantaban. Hace poco vi una obra de teatro en Bogotá: La Siempreviva, de Miguel Torres; el contexto: toma al Palacio de Justicia; uno de los personajes: un pobretón al que con sus trabajos temporales, a veces de mesero, a veces de payaso anunciante, no le alcanza ni para medio sobrevivir. Esos eran los payasos que yo conocía.

Pero a ella, la payasa que veo en la tarima con un megáfono, y a ellos, los otros payasos que la acompañan, los conocí hace poco más de un año y desde entonces los escucho con frecuencia, intento verlos cuando hay oportunidad y pienso constantemente en ellos y lo que significan sus pelucas, sus vestuarios, sus palabras.

Se llaman Desadaptadoz, hacen punk y se visten de payasos para subir al escenario. Se burlan de la guerra, pero se burlan con dolor: “El rostro de la patria mía es una mueca dolorosa, nos mira desde el pasado y su risa se escucha hoy”; así cantan, así lamentan, así persisten “en este alegato contra las guerras”, como señalan ellos mismos en la presentación de su disco 'No seas un payaso más de la guerra'. Bajo, guitarra, batería y una potente voz femenina; yo, que de música sé poco, escucho ese punk clásico, sencillo, que suena como a latido de corazón agitado. Y escucho, también, gritos desesperados, frases dolorosas, la crónica sangrienta de la guerra silenciosa, la guerra de los campos, de las calles de los barrios. Palabras de desesperanza.

“ Cada día, paso a paso, nos adentramos en la oscuridad 
Para nosotros no hay caminos ni a los lados, ni hacia atrás 
Es un mundo de infamia, es un mundo de enfermedad 
Hay un odio construido con nuestros desencantos” 

¿Por qué payasos?

Carlos Alberto David aceptó conversar conmigo hace un año, cuando hice un trabajo para la maestría que estudio, sobre la figura del payaso en el arte y la presencia de esa figura en la propuesta de activismo político y social de las Comunas 5 y 6, que lleva por nombre Toke de Salida y que lideran, entro otros, los Desadaptadoz. Telefónicamente me explicó que el payaso“habita una tierra, pero es la tierra de nadie, está en el centro y en el margen de la sociedad. Es el feo, el ridículo, el outsider, el rechazado, el marginal. Se confunde en esas categorías binarias que la sociedad nos impone, pero por ser un arquetipo popular, se le reconoce cierta sabiduría”. Por eso el payaso es un sujeto propicio para el dolor y la burla que se muestran en su música, sus letras y su performance. 

Pero Desadaptadoz no está solo en ese escenario. Existe el CIRCA -Clandestine Insurgent Rebel Clown Army-, un ejército que, a través de acciones directas no violentas protagonizadas por los payasos, busca “instaurar la desobediencia y su capacidad de interrumpir, criticar y hacer visibles los conflictos sociales”. Por ello, esta banda de punk de Medellín decidió convertir al payaso en su símbolo, porque éste, como arquetipo, reúne elementos que les posibilitan la crítica, incluso hacia ellos mismos. Han buscado mezclar una práctica antigua, como el arte de ser payaso, con una contemporánea, que es la desobediencia civil. Así, les ha sido posible romper también con el discurso esquemático del activismo político, pues ellos, con el payaso, pueden transmitir ese mismo discurso a través de un elemento infalible: la risa. Para ellos, la risa sarcástica ha sido la expresión propicia para criticar el silencio, "acto brutal sobre el cual se construye la sociedad". Se silencian los hechos, se silencia el cuerpo y la expresividad. Se silencia y se olvida. Pero el payaso, que es el que no habla en serio, el rechazado, está ahí para hablar, para decir eso que los otros, los políticamente correctos, han decidido callar; y lo puede hacer usando la risa y la mofa, pues se transgreden ciertos órdenes y normatividades socialmente arraigados y aprobados.

Además de la figura del payaso, y como gracias a él es posible construir el carnaval y la fiesta, la banda se vale de ese elemento: el de la celebración. A pesar de esa depresión que en ocasiones el payaso encarna, del carácter macabro que se le ha imprimido y del rechazo que en algunos puede generar, el payaso está en la vida cotidiana como un sujeto colorido, alegre, que llama a la fiesta y a la risa. De esa condición se aprovechan ellos para capturar la atención de personas diversas: niños, adultos, ancianos. Así que al surgir Toke de Salida, los Desadaptadoz propusieron al payaso también como el personaje vinculante. Explica Carlos Alberto que la representación del payaso muerto, por ejemplo, es un acto conmovedor para los niños, por lo tanto, plantea para ellos tempranas reflexiones sobre las consecuencias de la guerra. Los carnavales son apuestas aún no ganadas por la convivencia, creatividad y espontaneidad como armas para combatir la guerra y la represión. 

Durante los momentos del carnaval por las calles de los barrios se asiste a un juego incesante que ellos intentan introducir en los procesos de organización y resistencia. El objetivo es sembrar la confusión, más que la confrontación política; confusión en un sentido reflexivo, de búsqueda. Salirse del ropaje y de la postura lineal no es solo un acto lúdico, es también una posición, desde ahí los sujetos pueden entenderse desde otras perspectivas que permitan nuevas soluciones a las problemáticas que por años se repiten de la misma manera y que desde las fórmulas tradicionales para la resolución de conflictos no ha sido posible mejorar. Un ejemplo es A la salida nos vemos, esa tradicional frase que invita siempre a la violencia en las aulas, es hoy una iniciativa con la que se pretende, a través del arte y la música, precisamente, derrotar esas violencias, mínimas en apariencia, pero estructurales. Y a propósito, bueno es ver el video de Déjennos en paz, en el que un salón de clases se convierte en un carnaval de payasos, música y niños brincando punk y pidiendo paz.

En suma, el payaso, como objeto cultural, representa la burla, la mofa. Los Desadaptadoz, además de usar pelucas y narices, añaden a su vestuario elementos de la indumentaria militar, para convertir a ese payaso que veo en la tarima en un símbolo de rechazo a las jerarquías tradicionales, a la fuerza como medio para cualquier fin. El payaso representa, incluso, un acto de rebeldía contra tradicionales identidades del punk como género en la ciudad: las crestas se cambian por las pelucas de colores y los jeans apretados y rotos por pantalones camuflados. También hay una búsqueda con relación a su propia estética, una resistencia a ser iguales en la diferencia. El payaso es el elegido para ridiculizar la guerra, para rebelarse dentro de ellos mismos y para invitar a los que asisten al carnaval a encontrar su payaso interior.

Vuelvo a la mujer del inicio, a la payasa que canta. Ella, usando el megáfono y con un fondo musical circense, grita: “Pan y circo para el pueblo, pero ni pan ni circo nos han dado, solo un espectáculo dantesco de muerte. De tantas, que ya nos acostumbramos a la muerte cotidiana. Alineados unos a otros, los cuerpos abaleados, a veces con las manos atadas y los ojos vendados, calcinados y destruidos por sierras se repiten una y otra vez en la pantalla del televisor...”