7.07.2012

De los falsos abdómenes rayados y otras miserias del mercado


Nota introductoria: ¿Qué puedo decir? También caí. Pero esto no es una respuesta a Azcárate, y aunque su opinión no debería trasnocharnos, le agradezco que logró reactivar la escritura para mi blog.

Lo de Alejandra Azcárate no es tan grave y es muy grave. Su texto burlón, creo, no merece la atención que le prestamos. Sobre todo porque, por ejemplo, aquellas mujeres con unos kilos de más que respondieron con tweets inteligentes, posts sensatos y bien orgullosas de esa característica física, son precisamente esas que no se dejan amedrentar. Ni de Azcárate, ni de nadie. ¿Pero qué pasa con las otras? ¿Qué sienten todos los días otras mujeres que se convierten en foco de burla de sus compañeros de colegio – de guardería, incluso-, que son blanco de críticas de sus madres y tías, que se encuentran con almacenes en los que las tallas cada vez son más pequeñas y que sienten las miradas prejuiciosas en un restaurante, cuando piden una adición de tocineta o cuando agrandan las papas y la malteada? Lastimosamente, desde mi perspectiva, lo de Azcárate es lo menos grave.

Como muchas mujeres fui anoréxica, fui flaca, fui delgada, estuve “repuestica” y ahora mi figura dista mucho de la de la flaca de la universidad. Todas mis tallas han aumentado con los años, y con las tallas y los años, los chistes y comentarios de familiares: A los 14 no me ponía la ropa sino que me la colgaba; a los 16, o me habían sacado las cordales o me estaba comiendo toda la sopita porque se me notaba en los cachetes; a los 29 no dejo de escuchar de algunos tíos que “jamás nos hubiéramos imaginado que usted se fuera a engordar”. Y así. Entonces, como a muchas de las mujeres de esta ciudad, me dio por adelgazar. Carboxiterapia, vacumterapia, presoterapia, comenzaron a ser términos dolorosamente familiares para mí.

Pero mi primer acercamiento a una clínica estética me dejó un sinsabor que quiero compartir, porque a mujeres y actitudes como esas sí hay que prestarles atención. “Ese gordo tuyo, ¡FO!”, expresó la profesional de la salud, así pretendía venderme el tratamiento ambulatorio que en cuestión de tres horas me podría dejar con un abdomen perfecto “te puedo rayar para que parezca que has hecho ejercicio”, “vas a hacer la envidia de tus amigas”.

Pero no, no me interesaba tener el abdomen de la deportista que no soy ni quiero que mis amigas me tengan envidia. Si no me quiero gastar dos horas de mi día haciendo ejercicio, asumo con entereza que mi barriga no luzca como si lo hiciera. Y de mis amigas, prefiero admiración, respeto y lealtad que envidia. Tengo pocas amigas y ninguna de ellas es perfecta, bellamente imperfectas todas ellas.

Renuncié a adelgazar, decidí que unos masajes serían suficientes, que las hamburguesas son deliciosas como para dejar de comerlas (y eso mismo me dice la masajista), que hay ropa para todos los cuerpos y que la belleza no está solo por dentro; que, de verdad, no vale la pena buscar tanto la eliminación de unos kilos. Sin embargo, ahora con la sonada columna (justo acabo de leer la -esa sí- columna de Ricardo Silva en la que expone otros argumentos relacionados con el lamentable sentido del humor) recordé a la médica y sus ofensivas palabras, que intentó decir con muy buen humor, por supuesto. Recordé a las mamás diciendo “guarde la barriga”, recordé cuando a mi hermana le dijeron que “a los gordos solo los quiere la mamá”. Y así por el estilo.

Que una mujer hecha entre gimnasios y quirófanos se goce a las gordas no es problema. Problema es que ese patrón se repita cada día, en tantos espacios, pues entre la posible baja autoestima de una mujer cuya apariencia física no encaja en lo que muestra la televisión (porque la gorda que consigue novio es la gran hazaña en una telenovela) y las palabras de una médica cuyo nombre olvidé, son varios millones de pesos los que se transan y varias lágrimas las que se derraman. Eso es lo que realmente me preocupa.

3 comentarios:

Unknown dijo...

y al final el afecto se vuelve un ejercicio de persistencia contra la adversa apariencia, en definitiva un polvo sigue durando diez minutos pero despues hay que sentarse a conversar con la susodicha y es mejor que tenga alguito en la cabeza que sirva para llenar esa soledad tan concurrida que somos en estos tiempos
DON ARCANGEL

Mía dijo...

Dijiste todo lo que quería decirle, yo también fui flaca, yo también sufrí la anorexia, lo que muchos no saben es que la sufrí a los 9 años, nueve, pensaba que la barriga me iba a crecer y crecer y me estipaba el estomago y deje de comer y mi apariencia fue extraña. Luego a los trece años dejé de caminar, me dio una depresión terrible, terrible, llegaba del colegio y me acostaba a ver televisión, no estaba con nadie ni quería ver a nadie, y me engordé demasiado, mis tíos no sabían que hacer ni que decir, hasta que una prima, de tanto verme comer me gritó, esa fue mi voz de alarma, y me fui a un gimnasio ese ha sido un poco mi salvación y digo un poco porque me ha ayudado a hacer cosas que pensaba que no podía hacer, pero al tiempo recibí insultos porque no tenía el cuerpo rallado y si no lo tenía era porque no estaba haciendo el ejercicio correcto. Bueno y ahí sigo, tratando de cuidarme porque me gusta y porque me gusta el cuerpo que tengo y porque no quiero más insultos en mi vida.

Galatea dijo...

Uff, Jenny, que entrada tan bacana... la leí como mil años después pero que nota :)