Nota introductoria: ¿Qué puedo decir? También caí. Pero esto no es una respuesta a Azcárate, y aunque su opinión no debería trasnocharnos, le agradezco que logró reactivar la escritura para mi blog.
Lo de Alejandra Azcárate no es tan
grave y es muy grave. Su texto burlón, creo, no merece la atención
que le prestamos. Sobre todo porque, por ejemplo, aquellas mujeres
con unos kilos de más que respondieron con tweets inteligentes,
posts sensatos y bien orgullosas de esa característica física, son
precisamente esas que no se dejan amedrentar. Ni de Azcárate, ni de
nadie. ¿Pero qué pasa con las otras? ¿Qué sienten todos los días
otras mujeres que se convierten en foco de burla de sus compañeros
de colegio – de guardería, incluso-, que son blanco de críticas
de sus madres y tías, que se encuentran con almacenes en los que las
tallas cada vez son más pequeñas y que sienten las miradas
prejuiciosas en un restaurante, cuando piden una adición de tocineta
o cuando agrandan las papas y la malteada? Lastimosamente, desde mi
perspectiva, lo de Azcárate es lo menos grave.
Como muchas mujeres fui
anoréxica, fui flaca, fui delgada, estuve “repuestica” y ahora
mi figura dista mucho de la de la flaca de la universidad. Todas mis
tallas han aumentado con los años, y con las tallas y los años, los
chistes y comentarios de familiares: A los 14 no me ponía la ropa
sino que me la colgaba; a los 16, o me habían sacado las cordales o
me estaba comiendo toda la sopita porque se me notaba en los
cachetes; a los 29 no dejo de escuchar de algunos tíos que “jamás
nos hubiéramos imaginado que usted se fuera a engordar”. Y así.
Entonces, como a muchas de las mujeres de esta ciudad, me dio por
adelgazar. Carboxiterapia, vacumterapia, presoterapia, comenzaron a
ser términos dolorosamente familiares para mí.
Pero mi primer acercamiento a una
clínica estética me dejó un sinsabor que quiero compartir, porque
a mujeres y actitudes como esas sí hay que prestarles atención.
“Ese gordo tuyo, ¡FO!”, expresó la profesional de la salud, así
pretendía venderme el tratamiento ambulatorio que en cuestión de
tres horas me podría dejar con un abdomen perfecto “te puedo rayar
para que parezca que has hecho ejercicio”, “vas a hacer la
envidia de tus amigas”.
Pero no, no me interesaba tener el
abdomen de la deportista que no soy ni quiero que mis amigas me
tengan envidia. Si no me quiero gastar dos horas de mi día haciendo
ejercicio, asumo con entereza que mi barriga no luzca como si lo
hiciera. Y de mis amigas, prefiero admiración, respeto y lealtad que
envidia. Tengo pocas amigas y ninguna de ellas es perfecta,
bellamente imperfectas todas ellas.
Renuncié a adelgazar, decidí que unos
masajes serían suficientes, que las hamburguesas son deliciosas como
para dejar de comerlas (y eso mismo me dice la masajista), que hay
ropa para todos los cuerpos y que la belleza no está solo por
dentro; que, de verdad, no vale la pena buscar tanto la eliminación
de unos kilos. Sin embargo, ahora con la sonada columna (justo acabo
de leer la -esa sí- columna de Ricardo Silva en la que expone otros
argumentos relacionados con el lamentable sentido del humor) recordé
a la médica y sus ofensivas palabras, que intentó decir con muy
buen humor, por supuesto. Recordé a las mamás diciendo “guarde la
barriga”, recordé cuando a mi hermana le dijeron que “a los
gordos solo los quiere la mamá”. Y así por el estilo.
Que una mujer hecha entre gimnasios y
quirófanos se goce a las gordas no es problema. Problema es que ese
patrón se repita cada día, en tantos espacios, pues entre la posible
baja autoestima de una mujer cuya apariencia física no encaja en lo
que muestra la televisión (porque la gorda que consigue novio es la
gran hazaña en una telenovela) y las palabras de una médica cuyo
nombre olvidé, son varios millones de pesos los que se transan y
varias lágrimas las que se derraman. Eso es lo que realmente me
preocupa.
3 comentarios:
y al final el afecto se vuelve un ejercicio de persistencia contra la adversa apariencia, en definitiva un polvo sigue durando diez minutos pero despues hay que sentarse a conversar con la susodicha y es mejor que tenga alguito en la cabeza que sirva para llenar esa soledad tan concurrida que somos en estos tiempos
DON ARCANGEL
Dijiste todo lo que quería decirle, yo también fui flaca, yo también sufrí la anorexia, lo que muchos no saben es que la sufrí a los 9 años, nueve, pensaba que la barriga me iba a crecer y crecer y me estipaba el estomago y deje de comer y mi apariencia fue extraña. Luego a los trece años dejé de caminar, me dio una depresión terrible, terrible, llegaba del colegio y me acostaba a ver televisión, no estaba con nadie ni quería ver a nadie, y me engordé demasiado, mis tíos no sabían que hacer ni que decir, hasta que una prima, de tanto verme comer me gritó, esa fue mi voz de alarma, y me fui a un gimnasio ese ha sido un poco mi salvación y digo un poco porque me ha ayudado a hacer cosas que pensaba que no podía hacer, pero al tiempo recibí insultos porque no tenía el cuerpo rallado y si no lo tenía era porque no estaba haciendo el ejercicio correcto. Bueno y ahí sigo, tratando de cuidarme porque me gusta y porque me gusta el cuerpo que tengo y porque no quiero más insultos en mi vida.
Uff, Jenny, que entrada tan bacana... la leí como mil años después pero que nota :)
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