7.01.2011

El amor de Luz Elena

Mujer en La Payanca.
A la Negra la conocí hace unos ocho años; dejé de verla hace unos cinco. La última vez que pasé por Brisas pregunté por ella, una prima la reemplazaba y con ella le envié mis saludos. “La amiga de la universidad”, me dijo ella, así me reconocía. La Negra me contó muchas historias de su vida como mesera en bares: hombres que la asediaban, patrones abusivos, mujeres celosas, robos, pandillas, narcos, venganzas. Un abanico de temas que ella, con su testimonio, podía ilustrar.

Luz Elena, el último día que la vi, era una mujer delgada, trigueña, de ojos negros y grandes, cejas depiladas, muy delgadas, extensiones de cabello con trencitas diminutas. Para ser honesta, en este momento, no recuerdo muy bien su rostro. No era negra, era trigueña. Tomaba Clarita y si no había nadie en Brisas, me acompañaba en la mesa y me contaba historias o me preguntaba por las mías. Estaba embarazada, sería su tercer hijo. El padre, un negro que desde hacía unos meses “le estaba cayendo”, le llevaba regalos, la invitaba a salir y la visitaba en el bar.

De todas las historias que Luz Elena me contó, fue la historia de su amor la que más me impactó. Javier, que está muerto, fue el hombre que amó, que lloró y por el que enloqueció. La historia de su muerte es la que relato a continuación.

A Javier lo perseguía su ex novia. Y esa noche, como muchas, al bar en que trabajaba Luz Elena llegó a buscarlo. Ella se fue molesta, pero luego decidió llamarlo, un tío respondió y le dijo que no estaba. Ella, por supuesto, se molestó mucho más, pues intuyó que estaba donde la ex novia, que allá pasaría la noche, que le estaba “poniendo los cachos”. Lloró hasta dormirse. La tarde siguiente regresó a trabajar. Y allí llegó Javier, sin sospechar la ira que a Luz Elena invadía. Intentó acercarse, pero ella no se lo permitió. Lo esquivó toda la noche. Sólo le dirigió la palabra para decirle que odiaba ese pantalón, que no lo debería usar nunca.

A Javier le habían dado un tiro un tiempo atrás. Una bala perdida, según recuerdo. La bala le atravesó la pierna y dejó su marca en el pantalón blanco que llevaba puesto ese día, el pantalón que Luz Elena odiaba. Mujer supersticiosa, creía que esa prenda llevaba con ella una señal de muerte, ese remiendo que se dejaba ver generaba en Luz Elena malestar, temor. Y eso fue lo único que pronunció esa noche.

Pasada ya la hora del final de jornada, Javier seguía allí, esperando la salida de Luz Elena, esperando un momento para hablar, para decirle que su ex novia lo dejaría de molestar, para decirle que estaba dispuesto a compartir su vida con ella. Pero ella no lo quiso escuchar. La voz de su tío anunciando que no se encontraba en casa, la idea de esa noche que pasaron juntos la bloqueaban para escuchar.

Luz Elena dejó el bar. Él la agarró por el brazo. Ella se soltó y cruzó la calle, corriendo. Él la siguió. Luz Elena escuchó el sonido prolongado del pito de un carro, el chillido de las llantas. Se volvió y Javier estaba unos veinte metros más adelante, tendido en el suelo. Ella sólo veía el pantalón blanco, el que estaba marcado por una bala, el pantalón en el que ella veía la muerte.

Dice Luz Elena que después de esa imagen, recuerda ya el ambiente del hospital, una de sus compañeras de trabajo la consolaba mientras ella lloraba por la muerte de Javier. Una sensación de desespero, de impotencia, un dolor que le costaba describir, pero que revivía con esas  palabras, que contaba ya con calma pero que salían con culpa. “Yo lo maté”, pensó muchas veces. Seguía creyendo que si lo hubiese escuchado, que si se hubiese detenido, otra sería la historia, y sería una historia en la que estarían juntos.

En el velorio, se acercó a Luz Elena el tío, el que esa noche le dijo que Javier no estaba. Y le contó una verdad que se revolcaría el resto de la vida en la memoria de Luz Elena, que afilaría la culpa. Cuando ella llamó, el tío recién había llegado a la casa, la puerta del cuarto de Javier estaba cerrada, la luz apagada. El tío concluyó que Javier no estaba, pero él llevaba ya un par de horas dormido. Para eso la buscaba, para decirle que no había pasado la noche con su ex novia, que su tío había pensado que no se encontraba, pero que se había equivocado. Esa verdad incrementó la culpa, aumentó el dolor, enloqueció a Luz Elena. Al entierro de Javier le sucedieron años de licor, de drogas, de abandono. Años de culpa, de ira e intenso dolor.

La última vez que hablé con la Negra, Javier seguía siendo su recuerdo más doloroso. La noche de la muerte de su amor seguía intacta en su memoria; la narraba de tal manera que yo lograba ver esa escena: el pantalón blanco, el chillido de las llantas, la sangre, el hospital, el llanto. No sé nada de su vida desde entonces. Es muy probable que la culpa a veces le hable y por momentos enloquezca de nuevo. Y es muy probable que, a pesar de los años, Javier siga siendo su gran historia de amor.