12.04.2007

Noches de radio

La última canción que había escuchado la noche anterior fue Boy’s don’t cry, de The Cure, por eso, el radiecito FM de mi celular estaba en 106.3, La FM, que me brinda algunas buenas canciones pasadas las seis de la tarde. Lo mismo que La W, que la encuentro en 90.9, y que compensa su frivolidad mañanera con algo de buenos recuerdos musicales en las noches.

Pero mi lista de favoritas en frecuencia modulada la encabeza Caracol Radio, en 102.3. No sólo por ser la única emisora de carácter informativo del FM, sino por la calidad de sus programas, especialmente La Luciérnaga, Hoy por Hoy, y varios de los de fin de semana.
Otras de las programadas son Cámara FM y UN Radio, dentro de las propuestas culturales; Latina St., pues siempre he sido amante de la salsa y, aún a la espera de una grata sorpresa, Radiónica.
Pero con la noticia de que había regresado el Planeta Rock a Medellín, arranqué desde 106.3 -donde había escuchado a The Cure- hacia abajo, pues no estaba segura del lugar que Radioacktiva ocupaba en el dial. Me detuve, por primera vez, en esas emisoras que nunca escucho, a menos que esté en un bus y no tenga mis audífonos conmigo, y en ese recorrido me encontré con sorpresas que no deberían sorprenderme, pero que me hicieron ver un desolador panorama a través de esos números.
En ese recorrido pasé por Radio Tiempo, que ha impuesto de moda ese género del pop latino, con cantantes de perfil cada vez más uniforme y vacío, letras románticas y ritmos entre románticos y pegajosos que se oyen a volúmenes descomunales en casas que habitan adolescentes.
Guasca, más guasca y más guasca… este se ha convertido en mi género musical favorito para odiar. Letras descaradas que motivan el machismo y que se han metido a las malas en las casas de muchos barrios de Medellín, en las que se oyen los gemidos de niños que aun no saben pronunciar bien ciertas palabras de uso cotidiano, pero que ya saben la ventaja de ser hombres solteros. Las detesto porque empequeñecen a la mujer, porque las cantan individuos que no tienen idea de cantar, porque consumen y motivan la violencia. Una noche me dijo un taxista, con voz de preocupación, que no sabía que futuro les esperaba a estos niños y jóvenes, porque esos mensajes se meten hasta el tuétano, y la diferencia es grande con los pueblitos de mis cuitas y los caminos de viejos de mi vereda con los que crecimos los de otras generaciones.
Ahí está, todavía, La X, y celebro su permanencia. Un descanso después de tanta guasca; sin embargo, no es mi género ni mi emisora, puedo seguir derecho.
Ya extrañaba yo que el reguetón no se hubiera hecho presente, pero para no olvidar lo que este género significa, algo así entiendo en la letra de la canción que me recibe en no sé qué emisora: “mami, chupámelo así, trépate aquí, te bajo el pantalón”. Deslizándome hacia abajo por el dial me encuentro otros cuatro reguetones, Las Cuarenta Principales con más pop latino, música clásica en la Emisora de la U. de A., y la desconsoladora voz de una mujer que llama desesperada para ganarse una boleta para un concierto de guasca, sometiéndose a burlas y humillaciones por parte de los presentadores.
Y ese recorrido también cuenta con Amor Estéreo, que recuerdo como una emisora de música romántica, pero que ahora es de un perfil más juvenil y, por supuesto, La Voz de Colombia, que nació y creció con todos, y que conserva ese mismo público que llama a decir “Qué disco le gusta”. Poca música navideña, pero entiendo que tiene sus horarios. La Mega, que hasta este momento pensaba que se dedicaba a ritmos como el Tropi-pop (no he podido saber bien de qué se trata), reguetón y otros ritmos jóvenes, pero ahí está una de esas canciones de adolescencia, Don’t speak. ¿en últimas, a que se dedica esta emisora?
Muy bien, después de esta búsqueda, llego a la anhelada Radioactiva, y ¿qué me encuentro?
El día que formamos una banda de rock / el día que tocamos nuestra primer canción / aunque eramos muy malos hoy seguimos ensayando / Por siempre, para siempre / Cuando decidí no regalarme mi vida / a una empresa aburrida y a una fría oficina / ahora me la paso escribiendo y cantando canciones / Para siempreeee…
Una letra tan estúpida, y una voz tan mala sólo podría corresponder a una banda (bueno, quizás a otras más), Tres de corazón, un grupo de niños tal vez con plata, que se volvieron producto famoso entre niños –y sobre todo niñas- que no sobrepasan los 18 años. Esto es Radioacktiva.
Sobre este tema encuentro el blog de Jaime Horacio Arango Duque, de El Colombiano; muchos comentarios que afiirman que desde que desapareció Veracruz 98.9 no sonaba Rock en Medellín, y yo tengo una objeción: faltan oídos que busquen un poco más para saber que en UN Radio y en Cámara hay sonidos de esos que tanto extrañamos, sin el aditivo de jóvenes coetános, o contemporáneos que nos digan que canciones escuchamos, que reciban llamadas al aire y que cuenten chistes juveniles.
Una vez escuché que Veracruz era la única emisora en la que se ponía ‘rockcito’, y realmente me molestó ese diminutivo, que disminuía el valor del rock como la música de la rebeldía, de las rupturas, de los sueños de jóvenes que querían cambiar el mundo desde hace muchos años.
No creo que el Rock haya muerto con Veracruz, ni que haya renacido con Radioacktiva. Creo, sí, que el Rock está para quienes realmente queremos escucharlo, está en nuestros discos y mp3, está en programas especializados de emisoras culturales, está en Internet, y ahí sí por todos lados, y algunos creen que el futuro del Rock en la radio está en el A.M. Estas emisoras, por sus afanes comerciales, y no hay que culparlas por ello, seguirán siendo una suerte de Planeta Pop, así que la mejor solución es no buscar allí lo que no se nos ha perdido. Yo, prefiero seguir escuchando Caracol Radio y mi música en computador.
Casualmente me encuentro con esta foto, que se llama Toxic Radio, es de Saiaii, en DeviantArt

11.14.2007

La Hoja de Vida

Hace 15 años, y para responder una pregunta que dos periodistas se hicieron, nació el periódico La Hoja de Medellín. La pregunta era simple: "¿Y ahora, qué putas hacemos?" ¿Con qué? Supongo yo que con esta ciudad, con esta profesión, con tanta información, con una cotidianidad desmedida que abruma y que no permite entender que está pasando.

Por eso nació La Hoja, un periódico sencillo, porque habla de la ciudad diaria, rústica, la que nos toca a todos. No sólo la ciudad que se contruye a partir de boletines o ruedas de prensa, o la que se discute en edificos administrativos o en almuerzos de ejecutivos. Tampoco es sólo la ciudad que no se construye, sino que se deteriora cuando se cuenta desde la pornomiseria, desde el sufrimiento. Es simplemente la ciudad viva, que incluye todo lo mencionado y tanto más. Lo más importante es que La Hoja narra una ciudad vivida y vívida que se construye con nombres propios. Nombres de lugares, de personas, de cosas, de todas las cosas. Eso es lo que hay en La Hoja.

¿Y por qué hablo de La Hoja? Porque cumple 15 años, sacará un gran libro, que es la antología de palabras que han transitado por la historia de Medellín, que mes a mes se ha publicado en este periódico. Ese libro será una muestra más de la tosudez y el empeño de dos periodistas que admiro, Ana María Cano y Héctor Rincón, que sin saberlo, me han enseñado de periodismo cultural, independiente, de radio, de medios de comunicación y me han permitido, a través de sus ojos y su experiencia, afilar esa mirada que se necesita para descubrir esta ciudad en todas sus dimensiones.

Hoy, mucho de lo que ellos y todos sus colaboradores, sin saber que lo hacían, me han enseñado, comienza a dar frutos. Hoy soy también parte de ese equipo que le da "una mirada otra" a la ciudad. Desde estas oficinas se salta a la calle, y los ojos van al principio de lo que se sabe, lo que se ve, lo que se huele, lo que se oye; luego, esos mismos ojos dan vuelta completa, revisan, remiran, rehacen y así es que uno se encuentra con hermosas -otras no tanto- sorpresas de ciudad.

Esta sí que es un Hoja de vida.

Foto: Chema Madoz.

10.31.2007

Me gustaba mucho... ser niña

Hay algunos pasajes de mi niñez que recuerdo como los más tristes y crueles de aquellos años. Por ejemplo, una noche en la que lloré desesperadamente después de ver Disney World on Ice, pues tenía la certeza de que nunca más los iba a tener frente a mis ojos. Por ejemplo, las advertencias de mi mamá: si sacaba las manos por la ventanilla del bus un carro pasaría y me arrancaría el brazo; si me comía las ‘pepas’ de las naranjas me iba a crecer un árbol en el estómago cuyas ramas saldrían por mis oídos y fosas nasales; y lo más importante, si no me portaba bien, el Niño Dios no iba a traerme nada en navidad. Esa fue la crueldad que conocí de niña. No le tenía miedo a las balas, ni a la muerte, ni a la soledad, ni al desarraigo y menos, menos, a las bombas y petardos.
Pero una noche, a eso de las siete, un noticiero me robó esa inocencia del miedo infantil, del miedo a los monstruos que se esconden en los armarios, a la oscuridad, a las brujas… esa noche comencé a vivir mi vida con miedo, conociendo ya la atrocidad descarnada del mundo en el que me había tocado vivir.
A Bogotá llegaba un espectáculo de esos que yo tanto había disfrutado y que tanto me había hecho sufrir. Una familia fue en busca de las boletas, sin saber que su carro había sido usado por manos destructoras, malvadas, dañinas: carro – bomba. La nota de televisión fue muy explícita: la niña se quedó a esperar a sus padres y hermano dentro del carro, y en esas el vehículo explotó. El cuerpo de la niña fue hallado completamente desprendido de su cabeza. Lloré, lloré como nunca. Ese día entendí que la maldad existía más allá de una bruja con una aguja de rueca o una manzana envenenada. Esa fue mi bienvenida al mundo real.
Ayer reviví ese horror de ser niño y vivir a merced de las balas, los petardos, los grupos al margen de la ley, la violencia.
Me gustaba mucho tu sonrisa es el nombre de un libro que recoge textos de niños de las comunas 1, 8 y 13 de Medellín. Niños víctimas de la violencia reciente que se ha configurado en los barrios, y que desde sus pequeños seres, la viven y la sufren tanto o más que cualquier adulto involucrado.
Leidy pide que sus padres mueran naturalmente; a Juliana y a sus compañeros les tocó agacharse en el salón de clases para no ser tocados por la balas; en el colegio de Yeison, un partido de fútbol es fruto de choques entre los niños, que desde ya dejan ver sus rasgos violentos; Juan, un chiquito que apenas sí sabe modular, sólo pide paz. Algunas de las palabras de miles de niños de este país que desde siempre han tenido que entenderse con la violencia de tú a tú.
Pero además de esas palabras que sacan lágrimas, pude ver una obra de teatro de dudosa calidad artística y gran sentido ¿social? Un grupo de jóvenes de la Comuna Trece nos hizo vibrar con el estallido de las balas de encapuchados, que ellos representaban. Luego, el atraco en el bus, la muerte de amigos, familiares, conocidos. La muerte del que pasaba y recibió la bala, la muerte de la hermana de, por ser la hermana de, la muerte en la esquina, al frente de las casas, el susto bajo las camas, la negación del futuro. Dice uno de los improvisados actores: “Le cambio eso que llaman futuro por una oportunidad en la vida”.
Locombia
Esta es la historia de un país llamado Locombia. En él vivían personas muy violentas, estaban tan locos que los niños no podían salir de sus casas porque los adultos estaban muy ocupados matándose entre ellos mismos. Y hasta había veces que les pegaban, y otras abusaban de ellos, y así estos niños se iban volviendo adultos locos y agresivos como todos los habitantes de Locombia.
Esas son las palabras de los niños que, de cuenta de la guerra, han vivido una niñez tan atropellada como esas lecturas mal hechas. Una niñez sin pausas. Y vuelvo y pienso que los niños no deberían estar hablándome a mí, que soy adulta, de la violencia y del dolor que ya los tiene marcados.
Tristemente, hasta ahora, sólo he encontrado esto
Sobre la foto: La tomé en Belén Altavista, un corregimiento de Medellín. Los gallos son otras víctimas de esa enfermedad humana. Somos violentos por naturaleza, y a la naturaleza la vamos obligando a serlo.

10.22.2007

Cuánto vale una canción

Abro la página de la Sociedad de Autores y Compositores Colombianos, -Sayco- y me encuentro en el primer pantallazo las palabras HONESTIDAD y COLABORACIÓN, así, en mayúsculas, como obligándonos a verlas. La semana pasada, por primera vez, me enfrenté a la honestidad y la colaboración de esta sociedad privada que según cuentas, sólo busca llenarse los bolsillos a costa de la música y el talento de los artistas colombianos.


Claudia Gómez y Pilar Posada dos artistas paisas, de talento inigualable, compositoras, intérpretes, con unas voces que logran erizar la piel, se unieron a la campaña de un candidato por la Alcaldía de Medellín, con una presentación artística de seis canciones.

Desde el principio aclararon que sus canciones no estaban registradas en Sayco, y que nunca han recibido un solo peso por parte de la sociedad, sin embargo, y a pesar de que las mismas autoras lo aseguraban, por reglas y trabas que siempre se imponen, había que llevar una carta a Sayco, para pedir un permiso del que dependía otro permiso, del que dependía el contrato en el teatro Metropolitano.

Y así fue la historia:

Pasadas las cinco de la tarde de un martes, llego a las instalaciones de Sayco en Medellín. La funcionaria encargada no está (en horario de oficina), la secretaria, muy amablemente, me dice que no está y que ella y sólo ella puede recibir la carta, que nadie más puede firmarme un recibido, y muy amablemente me dice que la espere, que se demora, pero que regresa.

Muy amablemente esperé yo 20 minutos, que representan mucho tiempo, si uno piensa en los muchos permisos que hay que diligenciar para hacer cualquier evento. La encargada no llega. Vuelvo cinco minutos antes de las seis de la tarde. La encargada no llegó.

Miércoles, 8:05 a.m., amablemente se me informa que la encargada no ha llegado. 9:00 a.m., se repite. 10:00 a.m., llegó la encargada, me recibe la carta, me firma el recibido y me dice que al día siguiente puedo averiguar el monto que debo pagar por los derechos de autor de las compositoras. Anoto que el día siguiente es jueves, el evento es el sábado y el trámite de Secretaría de Gobierno puede tardarse dos días hábiles. Nada se puede hacer al respecto.

Al día siguiente, jueves, llamo, no hay respuesta, me piden llamar en “media horita”. Repito la llamada sucesivas veces, y la única respuesta que encuentro, con mucha amabilidad es que llame “en media horita”. Sólo una persona en Medellín puede liquidar (decir cuánto es) y esa persona está muy ocupada como para cumplir sus funciones. El jueves a las 6:03 p.m. hago la última llamada del día, y aquella funcionaria que no he encontrado ni el martes, ni el miércoles en horario de oficina, me dice que ya no me puede atender, porque ya se acabó su turno de trabajo. Pequeña muestra de amabilidad de los funcionarios de Sayco.

El viernes en la mañana comienza la carrera contra el tiempo.

A las 8:30 a.m. la amabilidad que ya he conocido en Sayco, me anuncia al otro lado de la línea, que debo pagar poco más de dos millones de pesos para poder realizar el evento.

¿DOS MILLONES DE PESOS? Sí, dos millones, porque al parecer hay una canción administrada por Sayco. ¿Cuál canción es?, si es necesario, la sacamos del repertorio. Nadie sabe, desde Bogotá solo envían esa información. Explicamos una y otra vez que las canciones son de autoría de las intérpretes y que ellas nunca han registrado en Sayco. La respuesta que recibo es simple y amable: -Revise bien la carta, ahí hay una canción que administramos- Respondo: -Yo sé lo que hay en la carta, yo la escribí-, y la amabilidad que los caracteriza me dice: -Entonces fíjese en lo que escribe-. Como soy incapaz de soportar tantos malos tratos de una funcionaria negligente, sólo digo que gracias y cuelgo. Son ya las once de la mañana, y este es el resumen de tres o cuatro conversaciones con la amable funcionaria que representa la amabilidad de la que habla la página web de Sayco.

Tengo una sospecha: una de las canciones que aparecen en el repertorio tiene letra de Alfonsina Storni, la poetisa argentina. Sí, unas cuantas llamadas a Bogotá, me confirman la sospecha. Listo, la sacamos del repertorio, por las demás no nos cobran, pero sólo esa canción vale dos millones de pesos (cada que menciono la cifra alguien abre mucho los ojos). Ahora ¿qué hacemos?

Ir a Sayco, con una nueva carta, que ya no incluya la bella poesía de Storni, musicalizada por Pilar Posada. Llego a las 3:00 p.m. del viernes (en Secretaría de Gobierno está uno de mis compañeros, esperando la carta firmada, esta oficina la cierran a las 4:00 p.m. los viernes) y, sorpresa, las amables funcionarias de Sayco ya salieron de su lugar de trabajo y no regresan hasta el lunes.

¡POR FAVOR! ¡SON LAS TRES DE LA TARDE!

Hago decenas de llamadas, al jefe de campaña, a la Secretaría de Gobierno, al Director Nacional de Recaudos de Sayco, a celulares que no responden, a celulares que se apagan, y nuevamente al uno y al otro, y al otro. Parece que no hay respuestas, parece que no hay esperanzas, parece que en Sayco, ni aquí ni en Bogotá, queda una persona responsable que pueda sellarme una carta.

Desde la Secretaría me piden entonces una carta de alguien que se encuentre en esas oficinas, certificando que desde las 3:00 p.m. estuve en el lugar a la espera de su amable atención. La secretaria, esta vez de manera amable, hace la carta, con el susto propio de quien hace quedar mal a su jefe, me la entrega, tomo un taxi, llego a la Alcaldía, ya no puedo entrar, son las 4:10 p.m., mi compañero baja, recibe la carta, sube corriendo, y no, no podemos hacer nada, no hay permiso.

Llueve en Medellín, y yo veo cómo dos semanas de esfuerzo y trabajo se pueden ir a la alcantarilla por culpa de un par de funcionarias que decidieron dejar de trabajar a las tres de la tarde. Recuerdo con enojo qué en Sayco pregunté -¿si hubiera pagado los dos millones, y estas señoras no están, hubiera perdido esa plata?-. La respuesta fue que sí.

Espero, me mojo, me desespero, y llega mi compañero. No hay permiso. Pero hay una solución. Si Pilar y Claudia van al otro día a primera hora a una notaría para autenticar sus firmas, es probable que el funcionario de la Secretaría de Gobierno nos pueda ayudar. Y nos tendrá que ayudar, porque el evento está montado, los invitados van llegando, Pilar y Claudia ya fueron a la Notaría, yo con pena, y ellas con ira, sí, pero fueron, autenticaron y ya están paradas en el escenario, con sus guitarras y sus voces, conmoviendo a los asistentes, regalando sus canciones.

Soy afortunada por no haber tenido que seguir el proceso también con Acinpro, pero mi desazón es cada vez mayor cuando pienso en lo que cuesta que un público emocionado, ovacione a sus artistas y griten ¡otra, otra! Y que el dinero que recauda Sayco, dizque para los compositores, tal vez se vaya directo a la cuenta de Storni… al fondo del mar, porque estas cantantes, que conocen su letra, y que se la han apropiado de la mejor manera para llevarla a muchos oídos en forma de canción, hasta hoy no han visto un solo peso, ni por esta ni por sus demás canciones. Digo esto para no hablar más de su honestidad.

10.10.2007

Episodios: libros

“Alejandra: Este regalo no tiene nada que ver con nuestras conversaciones 'peleadoras'. Por favor no lo relacione. No lo interprete como que yo quiera reivindicarme con usted.
Mejor asúmalo como una ofrenda a todo lo hermosa que usted es y a su risa. Sepa que yo le amo y este libro quiero que usted lo tenga sólo por eso.

Fdo B.”

Si tuviese que elegir un solo lugar para pasar el resto de mi vida, no dudaría en escoger una librería. No es secreto que me gasto los remanentes de mi sueldo en libros, que es el objeto en el que pienso siempre que voy a dar un regalo, que tengo tantos que ya no los puedo acomodar, que siempre cargo dos o tres en mi bolso (uno académico, otro de literatura y otro de periodismo o, en su defecto, una revista) y que pienso pasar mis últimos años leyendo lo qué no alcance a leer por estos días agitados.

Qué sensación encantadora me produce ver los inmensos estantes a reventar, husmear los que mi estatura alcanza, olerlos un poco y manosearlos cuando la prudencia no me alcanza. Me gusta imaginar lo que se esconde entre páginas, ¿de qué hablará por ejemplo Los límites en la femineidad de Sor Juana Inés de la Cruz? En internet dice que es un estudio que “analiza los límites y posibilidades que confirieron, en el campo literario, la condición femenina de Sor Juana y la recepción de su obra hasta el siglo XX.” [1] No sé si algún día éste llegue a mi biblioteca.


Adoro los libros de arte, y siempre que los hojeo y paso mi vista rápida sólo puedo imaginar lo qué me causaría tener en frente una obra original de Goya, de Delacroix o de Dalí. Sólo tuve una vez en frente a Rembrandt, claroscuros impecables que impresionaron mi retina, y aún no han desaparecido. Pero sé que el día que vea a Goya, que sepa que fue su mano la que pasó por la superficie que tenga en frente… pero hoy se trata de libros, y no de pintura.


Otra sensación que me acompaña desde hace algunos años, es la que me produce pensar que desde pequeña, cuando leí por primera vez las Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan Poe, Bola de Sebo de Guy de Maupassant, Del amor y otros demonios de García Márquez o Colombia Amarga de Castro Caycedo, los escritores eran personajes difusos, casi irreales, existían sólo a través de su libro. Pero hoy, al llegar a una librería, veo a Juan José Hoyos, a Héctor Rincón, a Pablo Montoya, a Juan Carlos Garay, en fin, amigos, profesores, conocidos, que también son escritores y que existen más allá del papel.

Pero aún con lo inquietantes que me resultan ciertas librerías, como la Científica
, que queda en Boyacá, y a pesar de que preferiría vivir en una de esas, no puedo evitar pasar por un lugar escondido del centro de Medellín, que despierta todos mis afectos.

En el Pasaje La Bastilla, un paso peatonal que hay entre Ayacucho y Pichincha, una cuadrita abajo de Sucre, está el Centro de la Cultura y el Libro. Una serie de locales estrechos en los que se ofrecen casi toda clase de libros. Los escolares se mueven mucho a principio de año, los compras o los vendes. Ejemplares como Anthony de Mello y Paulo Coelho también tiene acogida entre el público lector que visita este lugar. Best sellers y novedades editoriales también se ofrecen a costos moderados o a bajos costos, hay para todos. Por ejemplo, ese libro nuevo, el que escribió Virginia Vallejo, esa mujer frustrada que ya no sabe que más hacer con su vida y se dedicó a destapar ollas podridas, así éstas no contengan nada, se puede conseguir en el Pasaje la Bastilla, hasta por diez mil pesos.

Cuando uno va caminando, los afanosos vendedores te preguntan, te ofrecen, te venden, abunda la piratería, que, cómo suele suceder con gran parte de los delitos del país, es ignorada. Los precios no se deben sólo a los segundazos que allí se consiguen, muchos, muchos de los libros son piratas. Es más, cuando preguntas por un título, ellos preguntan ¿Pero va a llevar el original?


Pero entre tantos piratas, Cohelos, Vallejos (no confundir) y Mellos, en el segundo piso, en un local que parece aún más pequeño que los demás, Capote, Mishima, Miller, Dahl, Nietzsche, Calvino, Yourcenar, Peri Rossi, Saramago, Cortázar y tantos otros que apenas asoman tímidamente sus lomos, entre tanto y tanto que hay para leer, descansan de grandes librerías y antiguos dueños.


Un hombre que saluda y referencia cada uno de los textos que vende, que hay que decir que son tan baratos como más no se puede, guarda en sus estantes tesoros literarios, relatos, lecciones, trucos, una foto con un candidato a la alcaldía, y guarda, sobre todo, la certeza de que el libro que uno necesita o que uno desea “en estos días cae”. Así como cayó uno de los más preciados que ha llegado a mi pequeña biblioteca, El Nombre de la Rosa de Umberto Eco, RBA Editores, pasta dura, diez mil pesos, venía incluso con dedicatoria:

De un tal Fdo B., para una tal Alejandra.

Fotografía de DJVue en Deviant Art

10.08.2007

Carabobo

Había olvidado ya cómo era Carabobo hasta el 30 de septiembre de 2005, último día en que la ciudad vio una de sus principales vías como la suma de buses y taxis, con smog, ruido, transeúntes, vendedores informales y comercio organizado.

Recordé este escenario a través de unas fotografías que se exhibieron en el primer aniversario de la inauguración del Paseo Peatonal Carabobo, que hoy va desde San Juan hasta la Avenida de Greiff. Los límites del Carabobo peatonal los marcan dos patrimonios: los edificios Carré y Vásquez, al sur, y el Museo de Antioquia, en el extremo norte.

Cuentan que en el destape de las calles, al comenzar las obras, se encontraron redes de servicios públicos y tubos y más tubos que ni siquiera aparecían en los planos oficiales. Carabobo había sido construida sin mucha planificación, y para el 2005 era una avenida que podría incluso ser peligrosa por el desorden que imperaba bajo la superficie.

A todos nos incomodaron las obras, el polvo, la congestión. Cada cruce con Carabobo era un verdadero caos para vehículos y peatones, y nadie entendía cómo se podía sacrificar a la ciudadanía que día tras día dependía de esta ruta para llegar a su trabajo. Sí, durante el 1 de octubre de 2005 y el 26 de octubre de 2006, Carabobo y todas las calles que con ésta se involucraban eran un caos.

Cerca de la fecha de inauguración comencé a ver en el metro la invitación que decía “Ven a Carabobo”, en colores llamativos que nada tenían que ver con esa escala de grises que allí se veía y respiraba un año atrás. Ahora, todos querían ir a caminar por Carabobo. Y aquí estoy parada.

Cuando hasta hace algunos años el desarrollo se notaba en las grandes avenidas, de circulación rápida, los intercambios viales y las glorietas, hoy el desarrollo está marcado por la mirada hacia el ciudadano, más que a su vehículo; y Carabobo, para mí, fue la primera muestra de la relevancia del peatón en la ciudad, pues ha debido ser traumático cerrar una vía que desde finales del siglo XIX se había constituido como el eje norte – sur de Medellín, todo para permitirle a la ciudad caminante un espacio apropiado para su circulación.

Y a pesar de la transformación, Carabobo conserva su esencia, representada, entre otros aspectos, con el Palacio Nacional, que desde 1925 hace parte del paisaje del centro de Medellín, y que para la época generó las críticas y reservas propias de todos los cambios: qué muy costoso, qué muy oscuro, qué la ciudad no lo pedía, pero ahí está, es monumento nacional y caracteriza el paso por Carabobo.

Así mismo, para esa época, Carabobo era ya una importante zona para la economía de la ciudad, a partir de la creación de una plaza de mercado y el intenso movimiento del sector de Guayaquil. Hoy, el número de centros comerciales (entre los que se cuenta el mismo Palacio Nacional), los almacenes de diversos tamaños y formatos y dedicados a cualquier tipo de productos, sumados a los vendedores informales y a los compradores itinerantes y habituales, siguen haciendo de Carabobo uno de los sectores de mayor movimiento comercial en el centro.

Hoy, Carabobo es para caminar, para sentarse a conversar o a leer, para 'vitriniar', para enamorarse, para comprar, para ir despacio, para saludar. Es un espacio transformado que cuenta incluso con adoquines exclusivos y las Luminarias de Carabobo, unas lámparas que también se diseñaron para este paseo peatonal.

Desde que comienza –o termina–, en la Plazoleta de las Esculturas, Carabobo tiene vida y tiene sueños. Allí, los fotógrafos expertos en retratarte con las esculturas del maestro; las esculturas vivientes que representan esclavos negros, cafeteros antioqueños o estatuas de quién sabe dónde pintadas de cobre o dorado, con las gotas de sudor detenidas sobre tanto maquillaje; vendedores de tinto preparado en agua de panela, vendedores de gafas, de chécheres como tiritas para el brasier o de revistas y periódicos.

Llegando a Boyacá, prostitutas que colonizaron el atrio de la Veracruz parece que desde siempre, vendedores de novenas, estampitas y camándulas. Cruzas la calle y siguen los vendedores, aquí de frutas y de sandalias y allí de artesanías varias. Llegando a Colombia, parado frente a entidades bancarias y edificios destinados a la educación, uno de esos que no están concientes del delito que cometen al vender unos pajaritos pequeños y graciosos. Más adelante, los toldos de artesanías que ya se han vuelto costumbre en Carabobo, y así, hasta San Juan, este es un recorrido por la idiosincrasia del rebusque, que ha convertido a Carabobo en una vía a la medida de Medellín.

Sin embargo, con centros culturales como los edificios que menciono como los límites del Paseo, Carabobo también nos invita a redescubrir la ciudad y salir de ese paradigma del paisa y el medellinense en el que seguimos parados, a pesar de los esfuerzos.

Tal vez a Carabobo le hace falta un bar, un café o un buen restaurante, o, mejor aún, los tres. Y qué tal si a eso se le suma mayor movimiento artístico, películas, obras o conciertos que se presenten con cierta periodicidad, de manera tal que los habitantes nos acostumbremos. Indudablemente, más seguridad y acuerdos con los transpotadores también son elementos claves para lograr que Carabobo tenga más actividad nocturna.

A pesar de la vida y los colores de Carabobo diurno, es un desperdicio que sus Luminarias sólo tengan compañía hasta las ocho de la noche; pues pasada esa hora, los almacenes cierran sus puertas, los trabajadores regresan a sus casas y los adoquines ya no están protegidos por los pies de los ciudadanos. Carabobo queda solo, y nosotros nos lamentamos porque en el centro no hay nada que hacer. Las noches deshabitan esos nuevos espacios de ciudad, que permanecen inmóviles hasta que comience a nacer el día, y el ciclo se repita.

Vea imágenes de Carabobo

9.28.2007

Frases célebres

Me permito celebrar la mediocridad, la falsedad, la irreverencia, la insolencia, la desfachatez… todos tenemos derecho a hablar barrabasadas cuando nos tomamos unos tragos o cuando estamos en esa dinámica de aniquilar las neuronas por un buen rato. Lo que me pregunto es si ese mismo derecho existe en la esfera pública, sobre todo, si de campañas políticas se trata.

Pero para aterrizar mis ideas sobre este Elogio de la Locura, (con todo, pero todo, el perdón de Rotterdam) he recopilado una sarta de frases que sólo reafirman que nos encontramos frente a un candidato corrupto, incompetente y, diría yo, en un estado de esquizofrenia adolescente, que ha afectado seriamente su perspectiva de la realidad.

Mientras escribo, trataré de recordar cada una de las fuentes, sin embargo, la fuente es la misma: Lupe, Luis XV… Luis Pérez Gutiérrez.

De Semana


“La falta de acceso a la tecnología convierte la pobreza en un problema eterno, entonces voy a ofrecer Internet gratis, cada niño tendrá un computador, voy a congelar las tarifas de energía y voy a crear un banco de alimentos.”

Claro, pan y circo para el pueblo. A regalarle comidita a los pobres, a regalarle computadores a los desconectados, a regalarle Internet a niños que no tienen acceso a los servicios básicos. La conectividad no es un asunto de regalar computadores, el foco debe estar en la educación. El círculo de pobreza sólo se romperá cuando los “pobres” dejen de pensar como pobres, y con estas medidas solo se logrará que aquellos que cuentan con menos recursos sigan esperando que todo les sea entregado sin esfuerzos, eso sí perpetúa la cadena de pobreza y miseria.


“No conozco a ‘Don Berna’ y no sé cuál sea su poder en la ciudad”.

¿Dónde estuvo Pérez en los años de esta Administración? Don Berna es más famoso que muchos de sus políticos y amigos, hasta los niños juegan con ese nombre. Sería bueno que antes de lanzarse a una campaña política, los aspirantes a cargos políticos investigaran, preguntaran y se enteraran de las realidades que se respiran en las geografías que pretenden gobernar.


“Voy a construir las ‘zonas seguras’ con un aumento de pie de fuerza y con el apoyo de los 24.000 vigilantes privados que tiene la ciudad”.

¿Quién avala esta promesa?

Y... como los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, he aquí un ejemplo de la atrevida ignorancia. (tomada de Votebien.com)


“Si me va a poner Internet yo le firmo”, dijo Rodrigo Cuartas, un vecino del barrio Belén por donde el jueves pasado estaba haciendo correría el Comité de firmas de la campaña.


***
Pero como de elogios se trata, quiero dedicarle la última parte de este post a Pascual Gaviria, diría yo que la ciudad debería manifestarse a su favor, porque ya comienza a sufrir los abusos del poder. Este candidato, siendo sólo candidato, ha puesto sobre la mesa su deseo de censurar sus columnas de opinión, y por si fuera poco, avalado por la legalidad. La noticia de su retiro como 'interrogador' a Luis Pérez en el foro de la Universidad Nacional ya se conoce bastante. Aquí va un resumen, de primera mano:


"Un minuto antes de comenzar se me informó que había dos candidatos molestos con mi presencia y que incluso uno de ellos había planteado la posibilidad de retirarse antes que tener que responder mis preguntas o mirar mis ojos de basilisco. Se decidió con la desidia de Salomón, y mesa, membrete y vaso de agua fueron sacados según la voluntad del interrogado. Pasé sin afanes a la tras escena y gocé de mi vaso de agua sin pagar por él son el sudor frío que implica todo careo.


Luis Pérez Gutiérrez argumentó que algunas de mis columnas anteriores contenían insultos contra dos candidatos y que mi posición política era evidente a favor de uno de los 7 en carrera. Debo decirle que mis columnas referidas a él y a otro aspirante han sido para cuestionar sus actuaciones como alcaldes de Medellín. Resulta que los candidatos a reincidir no deben responder sólo por sus propuestas sino por sus ejecutorias pasadas. Pérez tiene serios cuestionamientos que llegan hasta las sanciones en firme de la Procuraduría General
El candidato habló también del equilibrio y la imparcialidad. Pero es imposible que quien escribe columnas de opinión hable desde el fiel de la balanza, opinar implica tomar partido y los políticos deben responder sobre todo a sus opositores. Los imparciales en política son los apolíticos y esos no preguntan, miran hacia otro lado, ríen despreocupados y firman planillas que los políticos ponen en sus manos.”

La respuesta de Luis Pérez: Una demanda, y Pascual, que creo no tiene miedo de darle la cara a nadie ni a nada, se fue para la Fiscalía y esto fue lo que encontró:

El hombre, con ceño compungido que casi llegaba al ojo lloroso, afirmó que yo había “destruido su dignidad” y que debía devolvérsela. Pregunté por el decir específico con que había logrado semejante agravio y la fiscal me leyó una parte del expediente. En un reciente artículo titulado Repugnancia electoral dije que Luís Pérez resultó un fiasco como alcalde de Medellín, y agregué que era un candidato demagogo y frívolo. Dije también que me gustaría que los electores de esta ciudad asociaran su nombre al unto y al abuso, porque considero, como uno de los habitantes de este valle, que sus actuaciones como alcalde fueron muchas veces abusivas y muchas veces dudosas, dignas de ser miradas con desconfianza por los electores que ya una vez mordieron el anzuelo brillante de sus promesas.
Se me ofrecieron como alternativas la retractación o el compromiso de no referirme al ofendido hasta pasado el 28 de octubre. Tocará incluir un nuevo adjetivo para el compungido candidato. Resultó cínico, además de todo. No me puedo retractar porque guarde con celo una memoria de su amplia colección de pifias. Por acción, por omisión, por descuido, por gusto. Es mi opinión como ciudadano sometido a los poderes del gobernante y creo que tener una opinión sobre un político es un derecho elemental…
Al final dije que era imposible que yo renunciara a referirme a un candidato, que debía hacerlo muy a mi pesar. Porque los candidatos no pueden imponer el silencio de los periodistas por la vía judicial.”
Artículos completos en el blog Rabodeají.
Me prometí no hablar de campañas, candidatos y mucho menos de este particular, pues quería usar este espacio para los temas que me apasionan. Pero entre todas las cosas, me apasiona la ciudad, y su futuro, ineludiblemente ligado al movimiento político de estos días.
A propósito, una de estas columnas, la que si titula En la oficina del Fiscal, debió salir publicada hoy en El Colombiano, diario en el que Pascual tiene un espacio cada viernes, y que, extrañamente, hoy no tiene su firma por ningún lado. ¿Carrera por la censura?

9.26.2007

De justicia, respeto y otros desvaríos

Un senador de Nebraska, Estados Unidos, presentó una demanda contra Dios, acusándolo de causar cataclismos y sufrimientos humanos, y de amenazar con hacerlo otra vez. Pero, lejos de esperar una respuesta divina, el legislador explicó que hizo la insólita presentación para demostrar que en Estados Unidos cualquiera puede demandar a cualquiera.

Después de escuchar esta historia en los noticieros, que al principio me sonó jocosa y absurda, pero que luego entendí como un ejemplo de lo coja y ciega –sobre todo ciega que es la justicia en este y otros países, pensé quiénes serían perfectamente demandables en mi entorno más próximo.
Demandaría a los conductores de bus que nos obligan a escuchar vallenatos y guascas, sin importarles que sean las 6:00 p.m., hora en la que todos salimos de nuestros lugares de trabajo, cansados, con el cerebro atrofiado por los quehaceres diarios, de pie, con calor, y en muchos casos, pensando en lo que nos espera al llegar a casa (más trabajo, los hijos, preparar la cena, empacar el almuerzo para el día siguiente…). Siempre he creído que esta situación puede convertirse en un problema de salud pública, pues la salud mental también hay que cuidarla, de hecho es de la falta de salud mental que se desprenden muchas afecciones físicas. Si todos los que no soportamos el nivel de decibeles del acordeón costeño y el sonsonete carrilero que se ha puesto de moda en las emisoras caemos en una histeria colectiva, las consecuencias serían ¿graves?
Cada día, también a las seis de la tarde, sagradamente, unos indígenas un tanto urbanizados, en un intento por globalizar sus raíces, ocupan el paso en una amplia acera de La Playa con Junín, imponiendo sus mixes de baladas americanas con quenas, zampoñas y otros instrumentos cada vez menos autóctonos. Vuelvo sobre el respeto por el otro y por el espacio ¿Dónde están los señores con chaleco de espacio público? ¿Esto lo ha permitido Espacio Público de la Secretaría de Gobierno? ¿Por qué tiene que ser todos los días? A estos señores, también los demandaría.
Pero mi mayor demanda va para los adultos que mandan a trabajar a sus hijos pequeños. Y la ira se me alborotó un sábado en la tarde, cuando en el separador de La Playa con Girardot, vi como una señora distribuía las cajitas de chicle entre sus dos hijas, y ella, mientras las niñas se desplazaban, se fumaba un cigarrillo. Me quedé observando, y las niñas regresaron después de vender su mercancía, se repitió la acción. Por favor. ¿Dónde está Bienestar Familiar? ¿Dónde están las entidades gubernamentales y las ONG que trabajan por la defensa de los niños? Si mal no recuerdo, los derechos de los niños prevalecen sobre los demás, y los niños tienen derecho a estudiar, a no trabajar, a la recreación, a un crecimiento integral, a un montón de cosas que nadie les da. Muchos de ellos dicen que les gusta trabajar, pero claro, cómo no les va a gustar si por trabajar es que comen, algunos estudian y otros se salvan del maltrato. Cómo no les va a gustar si no conocen nada más. Tengo plena conciencia de que esta es una situación irremediable, de que vivimos en un eterno círculo en el que siempre la cabeza se come la cola, para esta se reproduzca nuevamente y sea comida otra vez…
Pero a pesar de saber que nada de esto se puede remediar, no puedo evitar la ira que me produce subirme a un bus y escuchar vallenatos y guascas, sintiéndome como en una cantina, ver que los niños se suban a ese mismo bus a vender dulces y ver cómo el hecho de vivir en una ciudad nos hace sujetos vulnerables, víctimas permanentes del irrespeto y del menosprecio de nuestros derechos.

9.11.2007

Más canales no son más opciones


¿Será que un tercer canal privado de televisión abrirá las posibilidades y solucionará el asunto del monopolio mediático en el país?

Repetitivas y monótonas son las quejas que se escuchan respecto a la pobreza en la oferta de los canales nacionales de televisión. Y es que no hay que entrar a hacer un concienzudo análisis de medios para entender que el 70% de la programación está compuesto por telenovelas, eternas noticias que se explayan en deportes y que en farándula se especializan; unos eternos programas de variedades en los que se dedican a compendiar la savia que compone el resto de su programación: las telenovelas.

El canal RCN, uno de nuestros maravillosos canales privados, dice tener una franja para niños, y en medio de esta zampa una telenovela. Y están también los realities, que parecen estar perdiendo terreno para ser reemplazados por más telenovelas y una no tan nueva pero reencauchada modalidad de novela: las series de historias diarias o semanales, en las que los cuerpos, las tangas y el reggaetón conjugan de manera simétrica, livianita, la narrativa que tanto vende.

Y si ha encontrado muchas veces la palabra telenovela, ni es error ni es casualidad. Es el estado actual de la televisión privada colombiana, esa es la oferta que tenemos en Caracol y RCN, los dos canales más vistos y más prestantes del país.
Sin embargo, recientemente empezó a discutirse la propuesta de un tercer canal privado. Para muchos, éste representaría la posibilidad de una nueva oferta y más de donde elegir, pero teniendo en cuenta incluso las disposiciones de la Comisión Nacional de Televisión, que dice que dicho canal entrará a competir con los privados ya existentes, no son muchas las luces que se encienden y den visos, ilusiones incluso, de una televisión diferente a la que ya tenemos.

Y para terminar de ennegrecer el panorama, aparecen Caracol y RCN a decir que un nuevo canal va a representar la disminución en la calidad de la televisión ya existente. ¿Calidad? ¿Quiere decir esto que la programación de la televisión privada nacional será peor de lo que ya es? No se sabe entonces que nos puede esperar al sentarnos frente a la pantalla, pues ya los noticieros son lo suficientemente mediocres, las novelas son demasiadas y la programación bastante regular, como para que nos espere algo peor, como sentencian.

Pero hay que recordar también la existencia de una oferta televisiva alterna, que aunque no alcanza a llenar las expectativas de quienes gozan del cable viendo Film and Arts, History Channel y todas las variantes del Discovery, se presenta como una opción interesante. Ahí están, en números elevados y de poca recordación, Teleantioquia, Telemedellín y City TV, que nos presentan dentro de sus programas enfoques diferentes de la ciudad y el ciudadano, permitiendo cercanía e identificación de los televidentes con las realidades circundantes al poner su lente en aspectos que generalmente los canales privados no nos dejan ver.

Después de este panorama, no se avizoran muchas posibilidades de cambio. De la competencia centrarse en atraer publicidad y vender franjas más costosas, la muy regular oferta televisiva se triplicará y tendremos más novelas y más realities y más series morbosas para elegir. Ellos, los empresarios que se quejan porque exista competencia, tendrán menos pauta, pero ese no es un asunto de preocuparse, siempre habrá quien alimente los negocios que no aportan mucho.

Al final del camino, un camino que se recorre en cien canales, siempre será el televidente el que decida su destino. Aunque pegados a la letra que habla de responsabilidad social de los medios, la televisión ideal sería aquella que se diversificara, que pensara en todos los públicos posibles, que nos dejara ver programas de opinión y defensas del televidente y otras propuestas, que si bien unas poquitas tienen, se ofrecen a altas horas de la noche -o madrugada- cuando la audiencia ha reducido considerablemente. Y si los pocos canales con los que contamos en la televisión nacional no se atreven a renovar su mirada de país, de ciudad, para entregar mejores productos a su audiencia, es papel de esa misma audiencia que reclama darle la oportunidad y el apoyo que necesitan las propuestas alternativas que tenemos en Colombia, o bien, apagar el televisor y leer un poco.


Este artículo será publicado por Jenny Giraldo en LoCultural.com

9.10.2007

Comprometer la cultura

Hay una pregunta que nos ronda por estos días. ¿Tiene la cultura alguna obligación con la situación que vivimos? Aunque deberíamos decir las situaciones, porque en un país o continente con cientos de quejas respecto al diario vivir, economía, política, conflicto, es imposible definirnos a través de una situación. Y la respuesta puede llegar a ser obvia para muchos. Claro. Se le canta al amor, a la vida, a los niños en guerra, a los desplazados. El cine se vale de muchas de estas temáticas para sus guiones: Un tema de moda, unos actores de moda, una niña que se empelota y unas canciones pegajosas, para contar la historia de unos soldados y una guaca. Eso es hablar de la realidad que nos circunda de cámaras hacia afuera, de estudios para afuera, sin embargo, ¿qué de crítica, reflexión, análisis y, sobre todo, propuesta, hay en esas expresiones culturales?

Que el artista encuentre en la realidad colombiana un insumo para su trabajo no es muestra de que contribuye a mejorarla, ni siquiera a transformarla. Que cinco voluptuosas modelos, junto a un diseñador forrado en billetes, exhiban unos trajes y donen el dinero a quiénes más lo necesiten, o que un grupo de conocidos actores participe en un reality show para ganar limosnas destinadas a varias fundaciones, no es una muestra de que el arte y la cultura se untan de realidad y buscan salidas alternativas a cada uno de los conflictos que de manera permanente se pasean por los noticieros. Eso sí es pan y circo para el pueblo.

Al respecto, habría que pensar en la cultura vinculada al hombre, como parte de un todo, asimilada desde una visión abierta (lo que algunos hippies modernos denominan visión holística). Es que, por favor, no es lo mismo que se cante sobre los niños, que cantarle a los niños, y además, enseñarles a cantar. No es lo mismo ganar concursos con fotografías desoladoras que hablan del hambre y la pobreza de nuestros barrios, que ir hasta allá, comer con ellos, dejarlos manosear una cámara y dejar que se sensibilicen frente a ese aparatejo de, quizás, dos millones de pesos. No es lo mismo escribir, producir, inventar, mirando desde un balcón y esperando aplausos por tu obra. Ese no es el sentido social del que la cultura también debería abanderarse.

Un arte que se comprometa con la realidad no quiere decir un arte que dé limosnas lastimeras, que construya ranchos para los pobres o que done mercaditos económicos y ropa usada. Cuando hablamos de compromiso, vemos en el arte la posibilidad de un medio para el desarrollo, para el crecimiento, para el fortalecimiento de lo que se llama tejido social, palabras más, palabras menos, de la gente, del pueblo.

Tanto hablar y hablar de que el arte sensibiliza, cambia las visiones de muchos, integra, hace un mundo más… feliz. Tanto hablar y hablar y hablar. ¿Cuál es el reto? ¿Cuál la propuesta? ¿Cuál el aporte? No sobraría hacerse la pregunta entonces de a quién realmente hay que sensibilizar para lograr, con el arte y la cultura, pequeños pasos, pequeños avances para una transformación social: formación artística para aquellos que, a duras penas, tienen acceso a la primaria, intervenciones en zonas de desarraigo habitadas por los invisibilizados de la ciudad, visitas de los artistas que a través de ese contacto sensibilicen, inviten a la reflexión y generen propuestas artísticas que de verdad hablen de la ciudad no desde el escenario, el estudio o el caballete, sino desde el suelo mismo. No será el arte o la cultura la que nos salve de la ignorancia, la ceguera y la mediocridad, pero sí será más alto el aporte cuando esto se convierta en un proceso continuo, cuando la ciudad, toda, viva la cultura y encuentre en ella una forma de ser ciudadanos, de ser personas.

Artículo publicado hace unos meses
por Jenny Giraldo García en LoCultural.com

8.28.2007

Marcela Bolívar: la belleza, la crudeza














El trabajo de Marcela, a quien conocí gracias a DeviantArt y a mi amiga Chaotica, es sorprendente. En cada obra se ve el cuidado de los detalles y la resginificación que toman los elementos que allí se disponen, incluso de ella misma, que a través del autorretrato se da diferentes lugares en los paisajes y escenas que ella visualiza y recrea en su memoria.
···
Marcela Bolívar le rinde homenaje a las ideas que tiene en su cabeza a través de los trabajos de fotomanipulación que realiza desde hace varios años. Esas ideas, cargadas de dramatismo, oscuridad y hasta demencia, son producto de lo que lee, escucha y ve, pues sus principales fuentes de inspiración están en la literatura, la música y el arte.
Así, el trabajo de esta caleña hace alusión a las palabras de Borges y Thomas Mann, el romanticismo de la pintura de Eugène Delacroix o el expresionismo de Edvard Munch.
Para sus obras, la música también es uno de los elementos de fuerte influencia, siendo el Metal el género por el que más afecto siente, especialmente por el Black y el Doom Metal, es decir, sonidos estridentes, horripilantes, lacerantes, oscuros, a veces lentos y otras vertiginosos, características todas inherentes a cada uno de los cuadros que construye, compone y retoca frente a la pantalla de su computador.

“Mi imaginario tiene muchas inspiraciones, pero una sola perspectiva: veo e intento retratar la belleza en la crudeza y en la redundancia, en la decadencia y en el esplendor. Intento hacer de la belleza algo trágico, un sacrificio por algo efímero que intento inmortalizar.”
Las historias que circundan su cabeza son las que, en gran medida, la incitan a ilustrar lo que se encuentra en su galería, y aunque tiene referentes artísticos claros para desarrollar su trabajo, una última etapa de su vida la ha llevado a analizar lo que se mueve a su alrededor y dentro de ella misma, y aunque el autorretrato siempre ha sido uno de sus principales recursos, estas últimas se presentan como obras mucho más íntimas.

Artículo publicado por Jenny Giraldo García en LoCultural.com


Su sitio oficial / http://www.graydecay.com/

8.22.2007

Ya somos el olvido...

DESDE las primeras líneas este olvido me conmovió y no voy a negar que casi instantáneamente los ojos se me llenaron del agua que humedece la tristeza, la alegría o la nostalgia. No puedo hablar de esta narración como una novela. Quizá su prosa es demasiado natural, sin simbolismos ni de adornos literarios. Quizá el sentimiento de quien lo escribe es demasiado puro y sus palabras demasiado íntimas, como para ser una gran novela. El mismo libro, en una de sus páginas se define a sí mismo como “el intento por dejar testimonio de ese dolor. Un testimonio al mismo tiempo inútil y necesario. Inútil porque el tiempo no se devuelve ni los hechos se modifican…”

El de Héctor Abad Faciolince, que aquí se reconoce, aún más, como Héctor Abad - hijo, es un relato completamente amoroso, en el que este hombre se confiesa un amante de su padre, incluso en el plano físico, pues las expresiones y gestos cariñosos, abrazos, besos, caricias, eran parte de su ritual de encuentro, un ritual que entre montañas antioqueñas, y más aún en décadas anteriores, era frío, solemne, lejano.

De ese amor nace entonces el profundo dolor que da origen a ese relato igualmente profundo y, así mismo, desgarrador. El olvido que seremos, un libro en el que Héctor Abad Faciolince, hijo de Héctor Abad Gómez, ese médico humanista a ultranza, defensor incansable de los derechos humanos, manifiesta la ira, el desengaño, en últimas el dolor que a él y a toda su familia produjo la muerte de su padre, pero más aún, la alegría que para los mismos trajo el haber pertenecido a esa estirpe. En esas páginas queda descubierta la intimidad de una familia entera, entre amigos, estudios, novios, fracasos, encuentros felices, cenas familiares, costumbres.


Muchos pasajes de la vida nacional también forman esa red de hechos en los que los Abad Faciolince se vieron inmersos durante los años de lucha de su padre. Me conmovió especialmente -en realidad hay muchos pasajes conmovedores- cuando el autor dice que, contrario a lo que sucedía en muchas familias, en esta eran los hijos los que trataban de evitar que el padre asistiera a marchas y manifestaciones, pues sabían que estaba poniendo en riesgo su vida. Y recuerdo también, con indignación sobre todo, el capítulo en el que se menciona cierto ex-rector de la Universidad de Antioquia, de ultra derecha, tirano, injusto, que promovió el odio por el médico Abad y políticas que atentaban contra docentes y estudiantes. Más de 20 años después, este hombre, con su sonrisita maliciosa se sigue paseando por los corredores universitarios, ostentando sus títulos de doctor, hablando de políticas públicas, de epidemiología, de prevención... mientras que del médico Abad, el luchador, el incansable, antiburócrata, solo observamos una foto, una exposición y el recuerdo de sus columnas de opinión y programas de radio.

Y ahora, guardamos también esta radiografía que Abad Faciolince nos deja. Nos permite entrar en la intimidad de su hogar, escondernos detrás de las cortinas de la biblioteca de su padre para escuchar las conversaciones que lo hicieron ser cómo es, oler las comidas preparadas en su cocina, ser partícipes de años y años de vida –y de muerte- de esta familia. Todo esto por un motivo: mostrarnos lo grande que fue su padre vivo y lo grande que es su legado ahora. Creo ya que no queda duda de la gran transformación social a la que podríamos asistir si en la política, la economía, la salud y hasta la religión hubiesen quedado un poco, sólo un poco, de las palabras, las enseñanzas, las ideas del olvidado Héctor Abad Gómez.

Ya somos el olvido que seremos
el polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, las endechas.

Fragmento del poema de Borges que llevaba Abad Gómez
en un bolsillo de su chaqueta el día que fue asesinado
por paramilitares en Medellín, en el año 1987

8.15.2007

Alrededor de los sueños

Una casa, ser abogada, recuperar el cuerpo de un hijo caído en combate, ser policía, tener muchos caballos, trabajo para mi familia, ser el mejor, grabar mi primer cassette, volver a Europa, que mi hija se case, salir de la pobreza, ser poeta…

MARTÍN Weber, con su cámara de fuelle, su esposa y en los últimas días con Miguel, ha capturado los sueños de cientos de personas en siete países de este continente para construir Un Mapa de los Sueños Latinoamericanos, un proyecto que adelanta desde 1992, comenzando en su país, Argentina. Desde ese entonces, y con alguna intermitencia, Martín ha buscado dejar un documento sobre Cuba, México, Nicaragua, Perú, Guatemala, Brasil y Colombia, a través de lo que sus habitantes sueñan, desean, anhelan.
La experiencia pasa por lo tierno, lo descarnado, lo increíble, lo imposible. Todos tenemos sueños, algunos tan altruistas como la equidad para un país, otros tan personales como estudiar una profesión, pero los sueños hablan de la realidad, de lo que tenemos, de las carencias y las posibilidades de un país, y de todo un continente.
Uno de los ejercicios más interesantes es hacer que estas personas piensen en sus sueños, pues para muchos soñar es un mal pecado, está prohibido o sencillamente no tiene sentido, así que los sueños no cuentan con un espacio en su cotidianidad, en su imaginario, en su cabeza. Sueño es sólo el sinónimo de cansancio, sueño es sólo apoyar la cabeza en la almohada, cerrar los ojos y hasta mañana. Sin pensar en que mañana puede ser oportunidad, esperanza, otra opción.
Un día llegó un correo electrónico de alguien que venía a buscar los sueños de Colombia, y por mi trabajo yo podría ser de ayuda. Así me encontré con Martín, un encuentro milagroso con un argentino cálido que fotografía sueños, un documentalista excepcional que retrata realidades a partir de lo que a veces es irrealizable. Así, poco a poco, y ya a punto de terminar, se va construyendo Un Mapa de los Sueños Latinoamericanos, en el que todos tienen cabida y con el que todos nos podemos identificar.


A Map of Latinamerican Dreams / Photo España
A Map of Latinamerican Dreams / Zona Zero


8.08.2007

Satanás

AÚN no se sabe con exactitud si este hombre se suicidó el mismo día de aquella matanza, o si mató a su madre sólo unas horas antes de perpetrar tan aterradora masacre, y tampoco si violó a su alumna antes de matar a su progenitora. Y es que a pesar de haber sido noticia, esa realidad vivida el 4 de diciembre de 1986 aún no está del todo clara, dejando así varias incógnitas en el aire, las mismas que veinte años después algunos forenses todavía intentan aclarar.

Pero a pesar de la incertidumbre que generan esos hechos, Mario Mendoza, escritor bogotano, echó mano de la sobrecarga de información que produjo la masacre de Pozzetto y escribió una novela. Años más tarde, y basado en esa pieza literaria, el caleño Andrés Baiz dirigió la cinta homónima: Satanás. Una muestra de que el cine colombiano sigue escalando y que cada día y con más pruebas podemos ver y hablar de producciones de buena factura y cuidadosamente desarrolladas.

Pero la historia de Satanás no es sólo la historia de Campo Elías, que bien podría ser la encarnación de ese mítico ángel convertido en demonio. Satanás es la fuerza del mal que habita en los seres humanos y que se apodera con vigor de los personajes de esta película haciendo, por ejemplo, que una mujer decida incursionar en negocios ilícitos con la esperanza de ascender en la escala social; o que un sacerdote golpee vehementemente a un mendigo porque ya no puede cargar con tanta miseria; o que dos hombres quebranten el honor de una mujer perpetrando en ella una brutal violación.

Bogotá se nos revela como una ciudad desolada, de odios y amarguras, aterradora, de posguerra. Y uno de los grandes valores de Satanás es la universalidad de la historia, pues la marca colombiana no la da el típico sicario de barrio ni el calor de las playas ni el mafioso ni la puta. El sello colombiano lo impone el mal, pero éste no vive sólo en el país del sagrado corazón, de la carne y los huesos milagrosos, de las vírgenes que se aparecen en muros y en tazas de chocolate, de los paramilitares y los guerrilleros. El mal ronda por el mundo, por todos los países –jóvenes y viejos–, a todos por igual nos corresponde una gota del mal que envuelve el planeta. Por eso Satanás comienza a marcar una diferencia en el cine colombiano, porque ha comenzado a hablar en el lenguaje de la humanidad entera.

Texto completo en::Melodías en Acero

8.01.2007

Y seguimos tan tranquilos

HÉCTOR Rincón lo dijo, lo preguntó ¿Por qué nadie se ha pronunciado sobre la denuncia que hicieron algunas organizaciones sociales de Medellín sobre la "esclavitud" de niños y niñas en esta ciudad?. Sin embargo, no es de sorprenderse. Esta ciudad tiene aquel mal vicio de seguir derecho, de permanecer callado. Y no sabe uno si culparse, culparnos, o si es que ya alcanzamos ese nivel de inmunidad y tolerancia ante la desgracia, siendo nosotros mismos tan víctimas como los niños que suben a los buses con sus dulces y sus vallenatos desentonados, o como los niños que uno se encuentra en las mañanas saliendo de costales y cambuches improvisados en las calles del centro, o como las niñas que se exhiben -y se venden- en los bajos de estaciones del metro, en las afueras de bares y en los acopios de taxis.
Ellos, explotados por sus padres, por sus familiares, por sus amigos, tienen sus expectativas de vida tan reducidas como prolongadas por el nacimiento desmesurado de hijos e hijos e hijos de la calle, que perpetuarán ese círculo de pobreza, miseria, prostitución, maltrato y esclavitud.
Ellos ya no lloran, porque aunque la vida les ha enseñado a sufrir, no les ha permitido llorar, y los otros, los que pasamos de lado, tan inocentes y lejanos de ese sufrimiento, lloramos cada noche, cuando vemos las noticias, cuando se nos acercan a pedir limosna, cuando los vemos con sus ojos esperanzados, como los de cualquier niño, pero sin la esperanza que debe abrigar a cualquier niño...
Los otros, nosotros, lloramos, y al otro día nos levantamos, y salimos a la calle, y volvemos a ver y a llorar, y algunos quizá lo escribimos, lo comentamos, lo condenamos, lo maldecimos, nos avergonzamos de vivir en esta eterna primavera, pero nos aguantamos, y dejamos que la vida continúe, y que se perpetúe esta cadena.