10.09.2016

Blanco (& Negro)


Ver no es suficiente. Es preciso actuar. Hay quien ve y no ha superado el miedo. La visión correcta
sólo tiene lugar cuando 
la voluntad decide actuar sobre el miedo a implicarse totalmente
Chantal Maillard

La primera tarde fue de desilusión, algo superflua, creo; necesitaba la compañía de los más queridos, su abrazo, unos aguardientes, música para la esperanza, para sacar a flote el dolor. Al día siguiente llegó la tristeza, una tristeza compartida con esos con los que me junto a soñar con un mundo mejor y a tratar de construir, desde la democracia, una sociedad más justa, más digna, más pensante, más autónoma, más crítica y hasta más feliz. Voces quebradas, lágrimas, cuerpos débiles, ojos hinchados, silencios, desahogos; esa sensación de desamparo colectivo de los que me rodean, los que quiero, en los que creo. Desilusión y tristeza iban en ese coctel que, jocosamente, han llamado en las redes sociales 'plebitusa'.

En ese no pensar de la desilusión primaria, reaccioné poniendo como imagen de perfil un cuadrito negro: luto, dolor, silencio: así me sentía, así creía que se veía la ciudad. El negro como ausencia de luz, el negro como símbolo del encierro al que nos podía llevar esa oleada de devastación del desengaño. ¿Por qué ganó el no? ¿Por qué entre dos monosílabos tan fáciles de pronunciar se impuso la mezquindad del que negaba otra posibilidad? ¿Por qué la diferencia fue tan pequeña? Porque en esos votos, creo, fue que logró colarse la tristeza. A lo mejor una derrota contundente hubiese permitido el estallido de la rabia, la indignación, el dolor absoluto, la vergüenza, como sintieron muchos. El triunfo contundente de esa idea a la que le aposté, no, no sé qué emoción hubiese hecho saltar. Sólo sé que quedaron tambores a la espera de hacernos vibrar, que muchos abrazos se quedaron guardados, que muchos cuerpos que salieron ese día a la calle con la ilusión de bailar, decidieron encerrarse muy temprano. Sé que no rodaron lágrimas de alegría y que, si se violó la ley seca, no fue por esa felicidad que ameritaba un brindis sonriente. ¿Por qué? El negro fue mi única respuesta.

Al tercer día lo visitó la rabia. Cuando el show mediático-politiquero comenzó a tomarse las pantallas, cuando aparecieron las brillantes y novedosas propuestas del senador Uribe, cuando rondó un link con las de Ramos, cuando Cabal y Paloma tuiteaban su triunfo, cuando Ordóñez entró al grupo negociador, cuando uno podía pensar que un tinto entre dos sería el que abriría de nuevo las apuestas por la paz, cuando el genio que gerenció la campaña del no salió a decir que, como estrategia publicitaria, difundieron ampliamente que nos íbamos a volver como Venezuela, cuando Uribe salió a desmentirlo, cuando salió a retractarse y a renunciar al partido, cuando al equipo negociador tenían que entrar también grupos religiosos; cada vez que entraba a twitter, a facebook, a whatsapp; casi, casi, cada vez que sabía algo de los acuerdos, de la oposición, de proceso de paz, me habitaba esa ira que me hacía llorar y vociferar contra ellos, los señores de la guerra, los amos de la información.

Mientras esto ocurría de puertas para dentro, mientras cada día la esperanza tenía que vérselas con la rabia, la tristeza, la decepción, el miedo; el pueblo colombiano comenzó a levantarse. La Plaza Bolívar se llenó de luz, Medellín comenzó a planear su acto de resistencia, los estudiantes, las víctimas, las organizaciones, los jóvenes, los adultos, las mujeres, los amigos y las amigas, los artistas... treinta mil, quizás; treinta mil salieron a marchar. Una marcha del silencio, así se convocó. Pero quedó constatada la imposibilidad del silencio en medio de la indignación: "Antioquia no es Uribe", "No más víctimas", "Bojayá, Bojayá, no te vamos a fallar"...

¿Y cómo fue que llegó el blanco? Al fin y al cabo fue ese blanco el que me invitó a la escritura, el que apareció tras una elaboración un poco más profunda que esa reacción primaria que se tradujo en 'negro desazón'. Yo voté Sí porque creía que el Acuerdo era una posibilidad, una oportunidad, una puerta que se abría lentamente para dejar pasar –hacia adentro y hacia afuera– nuevas formas de ser en Colombia. Ese Sí en el que creí necesitaba llenarse de contenidos, no por estar escrito estaba hecho, de eso tenía certeza. Un Sí como una página en blanco, como un lienzo esperando ser pintado, como "una llave, aunque sea pequeña", primera línea del poema Blanco en lo blanco, de Eugenio de Andrade, poema que tuvo alguien a bien compartir con este blanco que no se pronunciaba.

Pero el blanco también es vacío, un abismo al que es posible lanzarse, un exceso de luz que quizás tampoco nos deja ver, el riesgo de la esterilidad ante la incertidumbre. Sí. El blanco también es incertidumbre, se parece mucho a los días que vive Colombia, a ese no saber hacia dónde debemos marchar, pero con la certeza de que debemos hacerlo; a esa mezcla de inquietud y esperanza. ¡Y qué peligroso puede resultar el 'blanco ingenuo'!, que de ese también nos toca cuidarnos en medio de lo que estamos viviendo. El blanco es también el color de las camisetas, las velas, las banderas y los pañuelos que nos han acompañado esta semana a gritar nuestro deseo de paz; es el color con el que históricamente se ha representado esa idea que nos ha esperanzado y que, al menos para mí, solía ser abstracta, pero que hoy va tomando forma: participación, víctimas, tierras... palabras de ese estilo que van trazando un mapa concreto de cómo construir la paz. Y creo que ese mapa no está en blanco, que ya hay líneas, flechas, trazos. Y que, precisamente por eso, estamos hoy frente a un combate que asusta, pero que también moviliza, que está permitiendo sentidos de ser ciudadano que muchos no habíamos vivido. Tal vez es momento de poner una capa de pintura blanca sobre nuestra democracia y volver a escribir en ella; el blanco, también, para reinventarse; siguiendo a Chantal Maillard (a quien siempre le agradezco la precisión de sus palabras), una oportunidad para implicarnos, para nuestra voluntad, para nuestra actuación.

Quizás me apresuré hace una semana al usar una imagen negra como representación del sentir de ese momento, pero también sé que a veces necesitamos encerrarnos un ratico al oscuro para reconocer los destellos de luz con mayor facilidad. ¿O cómo podríamos reconocer las figuras del Guernica –ese grito que también pide el fin de la guerra–  si el negro no estuviera contrastando con el blanco?

Jenny Giraldo García