8.14.2016

Paisajes urbano-culturales

El Acontista: rinconcito para el pensamiento y el placer.

Al frente del local que ocupaba el Teatro Caja Negra, que aún exhibe su fachada ya desteñida como la constatación de lo que fue, hay un motel enorme, elegante, de fachada muy bien hecha y bien pintada. Unos pasos atrás, la Librería La Anticuaria convertida en un parqueadero de motos; con incipientes repisas de libros aún, pero parqueadero de motos.

Al iniciar el camino por Junín, lo que antes era una librería hoy es un almacén deportivo; por todo el camino no hay un solo local dedicado a la venta de libros pero al finalizar el pasaje ni sé cuántos locales –seguro del mismo dueño– dedicados a la venta de accesorios, juguetes y aditamentos, para el sexo.

El Pasaje la Bastilla, con libros piratas y originales, con obras completas (difíciles de conseguir) y con sagas contemporáneas (esas más fáciles), con los textos escolares y los ociosos, en fin, donde juntos y revueltos reposan los libros, está casi escondida, pareciera un centro de vergüenza; qué marginal se ve y se siente nuestro centro del libro y la cultura.

La Parada Juvenil de la Lectura (a la que jocosamente hemos llamado por ahí la Parranda Juvenil de la Lectura) pone en su tarima central a las bandas musicales y pareciera (esa sensación me quedó) que hace de ellas también el espacio central de este encuentro, que hace parte de los eventos del libro de la ciudad. ¿Y los libros? Bien, gracias. Pocos, dispuestos en un corredor estrecho y rodeados de variedades de miscelánea.

A la vuelta de mi casa había una librería que tuvieron que cerrar por cuenta de sus bajos ingresos. Y no me di golpes de pecho porque era yo una de esas tantas que pasaba de largo, quizás porque me habitué a otra librería, quizás porque pasaba a las carreras, sin tiempo de detenerme. A esa librería, que ahora se junta con otra y comparten un espacio al parecer cómodo y amplio, espero que con nuevos públicos y nuevos aires, se haya dinamizado su caja registradora; que los libreros, como los artistas, también comen y beben y pagan servicios y esas cosas de los humanos.

¿Dónde están las librerías del centro? ¿Dónde las de la ciudad? ¿Dónde están esas librerías que son espacios culturales, que te permiten el encuentro, la conversación, un café, la lectura, la búsqueda? En el centro, ¿sólo una? En mi lista está el Acontista y pare de contar. ¿Hay alguna de la que me esté perdiendo? ¡Qué marginal se ve también la Científica en el pasaje de Boyacá, arrinconada entre faldas y blusas, perfumes baratos y películas pornográficas para todos los gustos.

El contraste de la fachada del ex-teatro Caja Negra y el motel del frente me dibujó de manera física una suerte de respuesta al lugar que nos ocupan la cultura y el arte; y hablo de esa cultura que reconocemos desde las expresiones artísticas, la posibilidad del encuentro, la conversación y el pensamiento, no desde esa otra concepción en la que todo es cultura y entonces nada termina siendo. 

Una Medellín que se asume para sus turistas y visitantes, que se propone como una meca del entretenimiento, una Medellín a la que poco le importa si sus jóvenes leen o no, porque su gran indicador es el de cabezas por evento, que no planea y no evalúa impactos reales de sus programas de artes y cultura... una ciudad de plástico de esas que no quiero ver...

Pero hay otra cara de la moneda y está en manos de una cantidad considerable de corporaciones, entidades sin ánimo de lucro, colectivos, grupos artísticos. Ellos son la otra agenda cultural de la ciudad, historias de resistencia de todos los días, peleas con presupuestos públicos, ingeniosas maniobras para salir, convocar, difundir y, en muchos casos, el deseo profundo de una ciudadanía crítica, pensante y con espacios propicios para el ocio, la belleza, el placer.