10.29.2008

Arturo Alape

La voz pausada y la mirada tranquila, así vi a Arturo Alape en una de sus últimas entrevistas, que tuve el honor de hacerle. Un periodista que escribió una historia de Colombia que muchos no vimos porque los ojos los hemos tenido vendados. Si esta fuera la época de Alape, estaría tal vez buscando la verdad aterradora de los desaparecidos de Soacha para publicarla una vez completada, madura, certera; porque de eso habló Alape en sus libros, porque buscó la razón de esta eterna guerra entre los antihéroes colombianos, entre los menos visibles, entre los más adentrados en la guerra como tal.

Lo recuerdo ahora porque en este maremágnum de memoria, perdón, justicia, reparación, olvido, encuentro en el legado periodístico que Arturo Alape le dejó a Colombia, sinceros visos de esas palabras que nos colonizan, a veces sin un sentido claro. Hablar desde el que es considerado enemigo es uno de los primeros pasos hacia la paz, por lejana que esta parezca. Conocer al guerrero brinda la posibilidad de perdonarlo, aunque en este país el perdón parezca absurdo e imposible.

A continuación, una breve nota, producto de esa entrevista, publicada como homenaje póstumo en UN Radio Medellín.

5.23.2008

Víctor Raúl Jaramillo

Con un grito recibe ‘Piolín’ al público que busca una dosis de metal. Es noche de concierto y Reencarnación está en escena. En el medio, un tipo bajito y barbado que toca la guitarra, es Víctor Raúl Jaramillo, ‘Piolín’ para los metaleros, uno de los más grandes en Medellín, uno de los que por años le ha inyectado vitalidad a la cultura del metal, uno de los que empezó con el Metal Medallo, hace casi 30 años, y que hoy sigue tocando, componiendo, ensayando y viviendo el metal, porque sabe que esto es de nunca acabar.

Víctor Raúl es poeta, “¿poeta?, poeta a los 80 cuando uno de pronto haya escrito un verso”, dice y ríe, ríe estruendosamente, ríe mucho y muy seguido; sus carcajadas son sonoras, retumban, así como retumba su música, su voz, así como retumba lo que piensa, lo que propone, lo que escribe, lo que canta. Todo eso hace Víctor Raúl, y todo eso tiene resonancia.

A ‘Piolín’ lo reconocen y lo respetan artistas del metal en el país y en el mundo, por su persistencia, por su talento, por su buena música, por su presencia permanente en conciertos y otros eventos en los que el metal es invitado o protagonista. A Víctor Raúl Jaramillo lo reconocen, lo respetan –y lo critican– escritores y lectores que han encontrado en sus poemas y aforismos el desgarrador sentido de la existencia.

Es educador y Doctor en Filosofía, pasó por las universidades de Antioquia, Cooperativa y Bolivariana como estudiante. En la última también fue profesor y se enfrentó a lo que él calificó como un acto de represión medieval: le pidieron firmar un acta de fe para certificar que creía en un dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible… Y su respuesta fue negativa y no tuvo nuevo contrato al siguiente semestre. También fue profesor de la EPA, y algunos lo recuerdan como “un man muy enredado, al que era muy bacano escuchar, así nadie le entendiera nada”.

Ahora da clases en Luis Amigó a los estudiantes de teología, los que estudian a Dios, con mayúscula, los que buscan, por la filosofía, entender las entidades divinas. En ese mismo lugar, medio en chiste, medio en serio, a Víctor le han dicho que podría proclamarse como el papa negro o que podría montar una religión. Y como para él lo importante es la felicidad, “si hay un dios que te hace feliz, bienvenido dios”, sentencia.


Artículo completo en Melodías en Acero

4.29.2008

Plazuela del Periodista. A propósito de su aniversario

Lugar común, sí, cliché, tal vez. Pero cuando uno busca en la biblioteca, aparte de un par de artículos en un periódico local recién desaparecido en los que apenas se menciona, no parece que alguien se hubiese ocupado del Parque del Periodista, un machacado espacio que suele usarse para hablar de tribus urbanas, subculturas, antropología o sociología de ciudad.

Zona de tolerancia, dicen muchos. Los que lo dicen saben que el parque, que no es parque sino plazuela, pues por su tamaño así lo dictamina Planeación Municipal, es el lugar en el que las mujeres se besan entre ellas porque allí ya nadie se asusta, y saben que les venden y se fuman un pucho de marihuana, a menos que llegue la policía a hacer una mediocre ronda controladora. También saben aquellos que en el extremo norte les aguardan sus amados, a la espera de la compañía y el beso que hace tantos años ya se ve sin misterio en estas jardineras.

Pero en aras de esa tolerancia que los de allá promulgan no es posible siquiera que un aficionado tome una foto a eso de las cinco de la tarde. “Prohibidas las fotos”, grita uno de ellos, hay que apagar la cámara, guardarla y mirar con cautela, porque seguro mientras dure esa cerveza te miran ellos con recelo, a la espera de un nuevo flash, con el que te puede ir peor.

Plaza de vicio declarada, el Parque del Periodista es un homenaje a Manuel del Socorro Rodríguez, un bibliotecario que a finales del siglo XIX dio vida a los primeros tabloides con contenido periodístico en Colombia, en otras palabras, se le conoce al hombre como el fundador del periodismo en este país. Por eso el nombre del parque, porque cerca del extremo sur sobrevive un busto desgastado en el que escasamente puede leerse su nombre y razón de ser.

A su alrededor, juegan fuchi y conversan sobre temas superficiales y a veces cargados de ese sinsentido que les proporciona el bareto que lleva ya varias rondas. Ellas se besan, porque en Medellín las mujeres ya empezaron a salir del clóset y aquí bulle en ellas ese deseo de mostrar el amor y el deseo mismo. Ese sonido descompuesto, monofónico, ‘punketo’, ha sonado por años y suena por horas. Se canta, se grita, se susurra, se musita, se toca guitarra, se declama, se ríen, se besan, se traban, se embriagan, se cuidan… todos cuidan su propio pellejo, porque la tolerancia es casi siempre en una sola vía, porque los ladrones también se pasean por el Periodista, hay a veces homofóbicos reprimidos y a la Policía se la ha acusado ya de episodios de brutalidad en este escenario.

Y en medio de las cofradías que allí se reúnen, se han asentado cuatro niños que llegaron en 2004 para acompañar las noches efervescentes y las madrugadas áridas del Parque del Periodista. Son de hierro frío, los esculpió Edgar Gamboa, costaron 180 millones de pesos y son un monumento de desagravio con la comunidad del barrio Villatina, en el que, el 15 de noviembre de 1992, un grupo de policías masacró sin razón ni piedad a ocho niños y un joven, violando cualquier tratado de derechos humanos. Tristemente, desde que sus familias conocieron el monumento, que hace parte de un acuerdo de solución amistosa para subsanar este caso, su rechazo fue inminente. No hay parecido físico, fue un gasto de dinero innecesario y los niños, para sus padres, quedaron mal ubicados, en medio de marihuaneros y vagos.

Ellos, los niños de Villatina, ven el constante pulular de la Plazuela del Periodista, a los que entran a los bares; saben exactamente a qué horas comienza su fiesta cada uno de los moradores de este pedazo de centro. Han escuchado hasta la saciedad el ruido que sale de una vieja grabadora, han oído poesías y monólogos de ‘locos’ oradores que dicen verdades en clave; han observado performances y pequeñas muestras artísticas itinerantes. Saben exactamente quiénes son los que cuidan el lugar y quiénes pagan por que los cuiden.

Y como una más que va y viene por el Periodista y que sin prejuicios a todos se une, está la marihuana, porque en un Medellín marihuanero es justo que exista un punto en el que pueda fumársele sin cautela. El Parque del Periodista da vía libre a una ciudad en la que la marihuana se consume en todas las clases sociales, de todos los precios y en muchas circunstancias. Ese espacio legitima el masificado consumo de la hierba.

Ese pedazo de centro, enmarcado por Girardot y Maracaibo; rodeado de licoreras y bares de salsa, rock y lounge; cercano al único cine independiente de la ciudad, a instituciones educativas y a centros culturales no es oficialmente declarado como zona de tolerancia, como el caso del Barrio Antioquia o de Lovaina que han sido aceptados y reconocidos abiertamente como espacios para la prostitución o el consumo y venta de drogas. Pero al Parque del Periodista –que aunque sea una plazuela así nadie le llama- llegan los que tienen confrontaciones con la norma, con lo estatal: punkeros que alegan anarquía, homosexuales rechazados por la cotidianidad, conversadores reprimidos por el sistema que encuentran allí el espacio para el desahogo y la libertad de expresión. Una cápsula de la realidad que se niega pero que diariamente se exhibe en una esquina del centro de Medellín.

Gracias a Lina Gallo por sus aportes y a Camilo Arboleda por la colaboración.

4.01.2008

La tienda de mi barrio, la tienda de mi casa


En las mañanas, después de la misa, se sentía el fresco olor de los vegetales que apenas desempacaban y que venían desde la plaza de mercado. Cebollas, tomates, plátanos, y el más oloroso, el cilantro. Ese era el olor de la mañana en la tienda del barrio. La tienda se metía por el olfato y conquistaba a las señoras que también salían de misa y pasaban a saludar y de paso a comprar lo que necesitaban para el desayuno o para empezar a montar el almuerzo.

La tienda también llegaba hasta la piel, porque uno de los mejores momentos del día, y que reviví muchos años después al ver Amelie, era cuando los recipientes que contenían los granos rebosaban hasta el borde. Grandes cajas de madera, una tras otra, en las que había fríjoles y maíz. El maíz era el más delicioso al tacto, tal vez por ser más pequeños y por ese polvillo blanco tan suave que los cubría. Meter la mano dentro de la caja y dejar que los dedos se fueran deslizando hacia el fondo, luego la palma de la mano, la muñeca y una parte de los brazos, moverla, sacarla y volverla a hundir era uno de mis juegos favoritos.

A la tienda de mi barrio llegaban las señoras a pedir los fiados, y cada día se alargaban más las listas copiadas con letra ilegible detrás de los cartones de cigarrillos desarmados. Llegaban los niños con monedas a preguntar “¿qué me alcanza con ésta?” llegaban los señores a pedir un aguardiente para comenzar la faena diaria, llegaban los pordioseros una vez a la semana a llenar sus bolsas con lo inservible del surtido que para ellos era como el mercado semanal.

Así mismo, era la tienda de mi barrio el epicentro de chismes, habladurías y comentarios. Detrás del mostrador todo se sabía de primera mano.

La tienda, desde su simplicidad, desde su cotidianidad, ha permitido hacer una radiografía de la sociedad que a su alrededor existe. En lo económico, supimos, por ejemplo, de ese universitario que vivía solo con su mamá, y que llegaba cada día a comprar un huevo, un cigarrillo y un sobre personal de Nescafé; lo curioso era que su madre llegaría, siempre, a hacer la misma compra, unos minutos más tarde. Los de la tienda no se explicaban cómo dos personas adultas, madre e hijo, de un barrio estrato 3, no podían compartir un gasto tan básico como el pan de cada día.

Y otra historia, con repetición cada fin de semana, era la los padres de familia que llegaban con sus hijos y compraban uno o dos cartones de cigarrillos (cajas que contienen 20 paquetes, que contienen 20 cigarrillos) y litros de aguardiente antioqueño. Una familia que parrandea, que fuma, que bebe, como casi cualquier otra de una Medellín que parrandea, que fuma y que bebe… pero esos hijos pedían unos dulces que acompañaran su pequeña fiesta, dulces que les eran negados porque “la plata no alcanza”. Una extrañeza más, algo a lo que tampoco encontrarían explicación los de la tienda, que han trabajado toda su vida por ver crecer felices y tranquilas a sus hijas.

No fue la tienda ajena a las vacunas que querían cobrar los que cuidaban el sector, así como no lo fue a vivos y pícaros que se valían de mañas para recibir la devuelta de 20 mil pesos cuando habían entregado un billete de 10 mil, además falso.

En la tienda conocí amigos y tuve mi primer trabajo haciendo domicilios, recibía algunas monedas de propina y a veces contestaba el teléfono. Mi padre siempre estaba tras el mostrador, porque él ha sido, desde que tengo memoria, don Samuel, el tendero, oficio que me valió una buena pelea en los años de bachillerato, cuando la hija de alguien más lo dijo con un envalentonado tono de desprecio “Ahí va la hija del tendero”. Y por ser la hija del tendero -una de las tres que tiene- nunca he tenido que ir a la tienda de la esquina por una bolsa de leche, ni he tenido que salir desesperada a conseguir alguna de esas cosas que se acaban y tienen que conseguirse ya, porque todo ha estado siempre a tres pasos de la cocina, de la habitación o de la sala.

Esa soy yo, la de la tienda, la hija del tendero, del que regaña a los niños que le llevan postres que ellos mismos hacen y que quieren tener allí el trabajo de arreglar el revuelto y de organizar los estantes; del que saluda a todo el barrio, del que atiende con paciencia o con impaciencia, según el día, según el caso; del que pela yuca y la empaca ya picada para que las señoras no tengan que hacer semejante esfuerzo, del que va todas las mañanas a la plaza para traer las verduras frescas. Don Samuel sabe que “fiar no paga porque se pierde el amigo y se pierde la plata”, pero también sabe que “el que tiene tienda, que la atienda y si no que la venda”, por eso no la ha vendido, porque después de tantos años de entrega, prefiere seguirla atendiendo. Sigue en mi barrio la tienda que existe en cada barrio de cada ciudad, en cada cuadra, en cada esquina hay una tienda haciendo antología de la realidad.

3.09.2008

Víctimas con nombre propio


Las víctimas de esta guerra tienen nombre propio. Son mujeres, hombres, niños y jóvenes cuyos rostros no nos son ajenos. Se llaman Juan, Alberto y Nora; sus apellidos son Cobaleda, Ruiz y Giraldo. Son las almas que todos los días, y desde hace más de 20 años, nos está robando la violencia.
Tristemente, la última manifestación en homenaje a estas víctimas no fue muestra de ese dolor compartido, no dio fe de una tragedia colectiva. Se mezclaron los rostros de las madres que esperan, que piden vivos a sus hijos, que piden aunque sea un cuerpo al cual sepultar y llorar con los discursos antiimperialistas de estudiantes que se manifiestan quemando banderas y que piden paz con actos de violencia...
La petición en una y es simple: BASTA! para que Colombia no se nos termine de desangrar.

3.03.2008

6 de marzo de 2008

Sólo espero que esta fecha no se recuerde como la de la marcha frustrada en la que unos cuantos pretendían protestar en contra de los paramilitares y los crímenes de estado. O, lo que es peor, que no sea recordada.

Hice la pregunta repetidas veces cuando se acercaba la marcha del 4 de febrero. La respuesta era inmediata e inminente: sí, sí marcho, porque estoy en contra de las Farc, porque quiero que devuelvan a los secuestrados. Y todos marchamos, salimos a la calle con camisetas blancas, compramos camisetas con mensajes de libertad, despreciamos a la guerrilla de las Farc por la inhumanidad de sus actos. Ahora, repito la misma pregunta y la respuesta no deja de preocuparme: no sé, tal vez, cuándo es que es esa marcha, quién la organiza, yo ya marché. En suma, más dudas que respuestas, y pocas de ellas positivas.

La marcha del 6 de marzo no ha sido publicitada, no ha sido mediatizada. Hasta ahora no he escuchado o visto campañas masivas que inviten al encuentro y no he leído comunicaciones o análisis que le den a la marcha el status de una gran manifestación de la sociedad civil, no ha sido catalogada de smart mob y el número de integrantes que el grupo que apoya esta causa tiene en Facebook no alcanza ni la mitad de los que aún están registrados en el grupo ‘Un millón de voces contra las Farc’.

Me ha tranquilizado, sin embargo, opiniones y editoriales que este fin de semana recordaron la importancia de esta marcha, por convertirse en un acto de justicia. El discurso ha logrado ya una homogeneización que desembocará en miles de persona reunidas diciendo que la violencia no es aceptable bajo ninguna causa, ninguna excusa y ningún nombre.

Sigue siendo preocupante esa aceptación silenciosa de la derecha, esa paramilitarización de la sociedad que redunda en una excesiva tolerancia aún frente a las evidencias de desaparecidos, fosas comunes, muertos y cínicas confesiones. Justicia, paz, desmovilizados y reparación no son más que falsos puentes que nos han llevado a ver con buenos ojos las acciones paramilitares y parapolíticas.

Pero es hora de comenzar a ver y a llorar por los dos ojos, como lo expresara Héctor Abad Faciolince en su columna de la revista Semana. Él declara que irá a recordar con dolor la víctima que su familia le puso a esta guerra, su padre, el Doctor Héctor Abad Gómez. Así mismo El Espectador, a través de su editorial, y la revista Cambio, que desde la misma portada recuerda que los paramilitares también han 'secuestrado', sentaron su voz de apoyo a la marcha en homenaje a las víctimas de los paramilitares y de los crímenes de estado. También lo han hecho Eduardo Escobar, Héctor Rincón, María Elvira Samper, que con dos contundentes párrafos dijo: Voy a marchar el 6 de marzo.

Salir una vez más, al medio día a caminar bajo el sol, sacrificar nuevamente dos horas de almuerzo y tal vez dos más de trabajo y atreverse a retar a quienes han hablado de esta como una marcha a favor de las FARC, financiada por Chávez y en contra del estado colombiano, será un acto que realmente demuestre que esta sociedad civil rechaza la violencia en todos sus formatos, reclama justicia para todos y anhela una paz transparente sin intermediarios que usen ese deseo colectivo para alcanzar otros fines.

La imagen se llama War y es de Zombpunk, tomada de Deviantart

2.19.2008

La crueldad no es patrimonio

Esta es la época en la que se alborotan las pasiones del taurófilo y el antitaurino, sobre todo las del último, que lucha año tras año en contra de esa barbarie que algunos confunden con fiesta (aunque en Colombia la fiesta es siempre cercana a la barbarie) y que otros han bautizado como arte.


Decía Juan Carlos Garay, periodista cultural y escritor bogotano, que él asocia la cultura a lo constructivo, a lo que engrandece el ser humano y su contexto, que por eso no creía, por ejemplo, que se podía hablar de la cultura del sicariato o del narcotráfico. Disto un poco de esta concepción, pues creo firmemente que la cultura es un conjunto de manifestaciones que dan cuenta de lo que hay en el interior de cada persona, sumado a lo que su contexto le transmite.
Pero quiero valerme de esa definición de Garay para acomodársela al arte. El arte, sea como sea, engrandece el ingenio humano, su espíritu. Se vale de técnicas, de sensibilidades, de miradas y puntos de vista. El arte, el buen arte, pone al artista a discutir con los pares y no sólo a deshacerse en la sociedad del mutuo elogio.
Por eso no creo que la tauromaquia sea un arte ni los toreros artistas. Pero hay muchos que se creen los grandes artistas porque trazan tres líneas de diferentes colores, eso dirán algunos, y sin embargo ahí están en galería, hay quienes aplauden sus remedos de obras y hasta pagan por ellas, desde ese punto de vista, es respetable, porque a diferencia de la tauromaquia, ese arte falto de valores estéticos sólo mutila el buen gusto y aniquila las ganas de seguir apreciándolo. Ese otro 'arte' de la corrida, de la fiesta taurina, además del buen gusto, tortura y aniquila seres vivos, tan sensibles como el artista mismo.
Dicen algunos que esta es la muestra del triunfo del hombre sobre la bestia, por eso el espectáculo debe eternizarse. Pero cuando veo a esos hombrecillos con su traje de luces forrándole sus insípidos cuerpos, alzando los brazos para que otros le alaben, no veo ese triunfo del ser humano, no veo esa superioridad de la raza humana sobre la animal. Veo tanta inferioridad, que es necesario recurrir a métodos bárbaros, crudos, viles, para demostrar que el hombre puede vencer. Pero será realmente el vencedor, cuando se enfrente al toro en igualdad de desnudez, de armas y de estado mental.
Medellín salió adelante con una campaña apoyada incluso por la alcaldía misma, y esa imagen que a algunos enfermó de ira, en la que un hombre botaba sangre por su boca y se encontraba herido por las banderillas, llegó incluso a las calles de España, en las que, a pesar de la tradición y de lo que algunos defienden como patrimonio, también se protesta, porque la muerte, la tortura, el morbo, la sevicia, la crueldad, no son patrimonio.
Algunos taurófilos defienden que los toros de lidia nacieron para eso, y lo que es peor, que su muerte es más digna que la de aquellos que van al matadero ‘sin pena ni gloria’. Pero lo cierto es que los toros sufren, así como sufren los caballos que se usan para el rejoneo. Las prácticas que sirven de antesala a una corrida son abominables y la mal llamada fiesta taurina es vulgar, aberrante y fiel reproducción de la clase burguesa que se vale de la desgracia ajena para su propio disfrute.
“Abajo los toreros. Mejor dicho: ¡arriba!... Es una forma de la caridad del toro transfigurarlos en inmortales en aras de sus astas. Los toreros retirados invictos se olvidan. Guardamos memoria de aquellos que son cosidos por la gracia del oficio, con la aguja de un cuerno, al tapiz histórico de su arte morboso.” Eduardo Escobar. Columna El Tiempo
Algunas reflexiones:
Creo que los animales ven en el hombre un ser igual a ellos que ha perdido de forma extraordinariamente peligrosa el sano intelecto animal, es decir, que ven en él al animal irracional, al animal que ríe, al animal que llora, al animal infeliz. Nietzsche.
El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales. Schopenhauer
Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. Gandhi
Algunas imágenes de manifestaciones: Antitaurino (Toros sí, toreros no)
La foto se llama nice bullfighters kill nobody y es de Xurde en Flickr

2.12.2008

Periodismo de conciencia

Dentro de todos los periodismos que se dictan en la universidad, tal vez quedó faltando el periodismo de conciencia.


Sería periodismo de conciencia el que se haga con el cerebro y con los sentidos, juntos y revueltos. Un periodismo que tantas veces se ha denominado como ciudadano, que construya, que proponga y no que se limite al hecho de informar o de salir adelante con críticas irresponsables y desmesuradas que generan más daño que reflexión.

Y es que se sabe que los medios de comunicación tienen sus intereses particulares, mediados por la pauta, las tendencias políticas, la competencia y los dueños, pero seguramente cada periodista podría hacer su pequeño aporte a la construcción de una sociedad mejor informada, que entienda mejor las realidades que lo circundan y más capacitada para decidir.

No es secreto, por ejemplo, que los dos diarios antioqueños, esos que rigen la opinión pública del departamento hacen parte de familias y de emporios que median la información que allí se publica, y con esta realidad, lo que preocupa es que los mismos redactores admitan que en su medio, en lugar de escribir, se dedican a “llenar las páginas de bobadas”, porque el tiempo, porque el especio, porque los cuelgan, porque las chivas y cualquier cantidad de excusas para hacer un ‘periodismo’ mediocre, que es, tristemente, el periodismo del que se vive, el que se lee y al que se le come cuento.

Pero hay rezagos aún, -o asomos apenas- de ese periodismo que hace pensar, que aporta, que construye ciudad, hay que buscar bajo las piedras, entre los anaqueles y entre el ancho mar de medios, información y periodistas.

La foto es de Melpomene en DeviantArt, y es una muestra de cómo las fotografías también cuentan historias importantes, que más allá de la estética o del clic en el momento indicado, pueden ser retratos humanos. Esta se llama Legal, y habla del robo de gasolina en La Guajira.

2.09.2008

Sonidos desde la intemperie: La Comparsa

Una comparsa es una fiesta de músicas, colores y movimientos. La que aquí suena fue en El Carmen de Viboral, pueblito ceramista que queda a una hora de Medellín, en el oriente cercano del departamento. Lejos de lo que muchos podrían imaginar que suceda en un pueblo en el que la base de la economía es la agricultura -más que la cerámica- y que la mayor parte de su territorio es rural, en El Carmen se realizan grandes eventos de carácter cultural, porque allí, la cultura ha avanzado significativamente, tiene como centro una casa de la cultura, que ahora es instituto, y en el que hay una sala de teatro concertada con el Ministerio, pero en realidad, su centro es un gran capital humano, del que hacen parte artistas, artesanos, rockeros, serenateros, teatreros, filósofos, y muchas personas más. Esta es una muy pequeña muestra de lo que sucede en Festival de Teatro El Gesto Noble, en el que se juntan las danzas, los personajes extraños, el teatro y la calidez de la gente de un pueblo frío, hasta convertirse en el más grande orgullo de los carmelitanos.
La comparsa by jennygiraldo

1.27.2008

Los museos (Parte II)

::Continuación de la entrada anterior::


El problema no está, como muchos creen, en jugar de lado del Estado, buscar su apoyo y trabajar de forma emprendedora con los entes gubernamentales. El problema está en cómo hacerlo. La Casa Museo Fernando González Otraparte, ubicada en Envigado, la cual se ha convertido en uno de los centros culturales más importantes de Medellín, a pesar de encontrarse a las afueras, trabaja fuertemente de la mano del Municipio, pues éste es el dueño de la propiedad en la que se encuentra el museo, y quien lo entregó a la Corporación Otraparte en comodato para que fuera administrada.

La generación de recursos propios está dentro de los objetivos centrales de la Corporación, y poco a poco se van consolidando propuestas como una revista, una editorial, la organización de exposiciones o un café, que acaba de entrar en funcionamiento, y que hace parte de esos planes de negocios que pueden ofrecerse con seriedad a cualquier entidad pública o privada.

El reto está entonces en saber vender, y no es sólo tarea de los museos, sino de todos los que de alguna forma trabajan por y con manifestaciones culturales y artísticas. Hay que hacer a un lado esa anquilosada idea de que los intereses comerciales van en detrimento de la dignidad del arte y terminan por prostituir la cultura, pues ésta, para cumplir ese papel social que se le ha encomendado, para poder actuar como fundamento de la nacionalidad y para continuar escribiendo la historia de las sociedades, no puede seguir viviendo a la sombra y bajo el amparo de presupuestos insignificantes o de unas pocas donaciones que son, en últimas, paños de agua tibia para la ya tan aporreada, olvidada y quejumbrosa cultura.

1.24.2008

Los museos (Parte I)

Acabo de leer que 2008 es el Año Iberoamericano de los Museos, una celebración en la que participan desde el Museo del Prado, en la calle Ruiz de Alarcón de Madrid hasta el Museo Pedro Nel Gómez, en el barrio Aranjuez de Medellín.


A propósito pues de esta celebración, publico aquí un texto que escribí el año pasado para Melodías en Acero, y que puede ser leído completo aquí.

...

Tan importantes son los museos para la sociedad, que cumplen el papel de custodios del patrimonio. Su trabajo consiste en investigar, proteger, conservar y divulgar cada uno de los elementos relacionados con el patrimonio material e inmaterial. La historia y la vida de una comunidad pueden condensarse en cada uno de esos espacios, dedicados precisamente a la preservación de la historia misma.

En Medellín y sus alrededores, la lista de museos es considerable, y los hay etnográficos, de arte, históricos, tecnológicos o dedicados a personajes importantes en el desarrollo intelectual del país. Sin embargo, la existencia de poco más de tres decenas de museos no es suficiente razón para considerar la nuestra como una ciudad completamente cultural, con la dinámica ideal para las instituciones de este tipo. Para muchos museos el trabajo apenas comienza.

En el barrio Aranjuez, al nororiente de la ciudad, se encuentra la Casa Museo Pedro Nel Gómez, una donación que en el año 1975 hiciera este maestro de la pintura antioqueña a los habitantes de Medellín. El director del museo, Álvaro Morales, explica cómo, según la noción moderna de los museos, éstos han dejado de ser bancos de piezas inmóviles para convertirse en centros integradores de servicios. El museo no sólo ofrece una visita guiada que permite observar obras de arte, sino que comienza a proyectarse a través de un auditorio, un café, un espacio en el que un grupo de teatro ensaya todas las tardes. Algunos de esos servicios tienen un costo, y ello permite que el museo sea generador de sus propios recursos.

De ahí parte la idea de que el museo, como entidad privada y por ley, no debe recibir dineros públicos; por ética, no debe mendigar aportes del Estado o la empresa privada. Otro de los ejemplos en este aspecto es el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, dirigido por Pilar Velilla; este espacio es museo en cuanto protege y divulga nuestro patrimonio natural, una de las mayores biodiversidades del planeta.

En el proceso de renovación total en el que se encuentra el Jardín Botánico también se incluye la perspectiva del plan de negocios, para que así el mismo espacio pueda conquistar sus clientes potenciales para la venta de servicios culturales, “que –aclara Pilar Velilla– no necesariamente sean rentables, pues se trata de una entidad social, pero sí que permitan su sostenimiento. Pero no con limosnas”. Y tristemente aún son muchas las instituciones y grupos culturales que todavía esperan la mano milagrosa de la caridad para salir adelante.


::Espere la segunda parte de este artículo::
::Fotografía de la entrada del Museo Otraparte::

1.20.2008

Palabras rodantes

Cuestión de estadísticas
Fueron 22 dice la crónica.
Diecisiete varones, tres mujeres,
dos niños de miradas aleladas,
setenta y tres disparos, cuatro credos,
tres maldiciones hondas, apagadas,
cuarenta y tres pies con sus zapatos,
cuarenta y cuatro manos desarmadas,
un solo miedo, un odio que crepita,
y un millar de silencios extendiendo
sus vendas sobre el alma mutilada

Hace días supe que el metro había dispuesto unos libros que los usuarios podían tomar prestados para leer durante sus viajes. Como el metro siempre implica afanes y carreras, nunca me había detenido a ver de que se trataba y me sorprendió gratamente darme cuenta de que se puede tomar un libro y devolverlo al finalizar la lectura. Es decir, pueden ser llevados a las casas o a las oficinas, no tienen que ser regresados una vez se abandone el sistema de transporte.

Es muy valioso que existan programas que consideren, ante todo, la buena fe y la honestidad de las personas, y que no intenten primero el control a través de chips, cámaras, registros o señalamientos. El programa se llama Palabras Rodantes, lecturas de ida y vuelta, y uno de los libros que encontré en el dispensador de la estación Floresta es El hilo de los días de Piedad Bonnet, y ese impresionante poema fue el primero que leí al abrir el librito al azar.
También están Porfirio Barba Jacob, Fernando González y Tomás Carrasquilla, todos antioqueños, al igual que Bonnet.

Es de aplaudir que el metro estimule y promueva la lectura, que en sus vagones estén los nombres de nuestros escritores, con fragmentos de sus obras que inviten a la lectura. Es de admirar también que disponga libros, en ediciones de bolsillo para que los tomemos, los leamos, los difrutemos y los devolvamos.

1.14.2008

Sonidos desde la Intemperie - Boyacá

Boyacá, una pequeña calle en el centro de Medellín, cerca de la estación Parque Berrío del metro, un pequeño nido de historias y personajes; un núcleo comercial en el que todo es más barato. Cuna también de la piratería y el contrabando con descaro: libros y películas tan baratas como más no se puede. Con este microprograma comienza una serie de voces y sonidos desde la Intemperie.

Retrato sonoro de la Calle Boyacá en Medellín by jennygiraldo

1.08.2008

Bogotá, su casa, mi casa

"A la iglesia de Las Nieves se puede entrar a comprar salchichones porque su nave izquierda está ocupada por una salsamentaria. Justo enfrente, en el Parque de Las Nieves, hay una estatua de un prócer de la patria que no tiene nombre y que nadie sabe de quién es porque los próceres colombianos son igualitos: se parecen a supermán. La iglesia de Usaquén casi fue demolida porque los vecinos del lugar buscaban un tesoro indígena que dizque estaba enterrado frente a la puerta. El Museo Nacional era una cárcel y la Avenida Jiménez era un río. En el Parque de los Periodistas no hay un solo periodista y en el Chorro de Quevedo no hay chorro, sólo marihuaneros. La carrera Séptima, que atraviesa la ciudad, cambia de sentido dos veces al día; cuando hicieron la Avenida Caracas se supuso que iba a llegar hasta esa ciudad y les falló el cálculo por más de mil kilómetros. Cuando Jiménez de Quesada plantó la bandera española y mandó levantar doce chozas, no estaba fundando una ciudad, estaba creando la contradicción urbana más grande que la humanidad haya conocido."

Si bien se habla de Bogotá, aquí también habría una descipción de Medellín, y de quien sabe cuántas ciudades más. El desorden urbano es una característica que nunca, por más planeación o planificación que exista, será controlado. Las ciudades se van construyendo en el día a día, según las necesidades de los habitantes de siempre, según los requerimientos de los nuevos vecinos, según los caprichos de los gobernantes.

Si el ala izquierda de Las Nieves en Bogotá está ocupada por una salsamentaria, el atrio de La Veracruz en Medellín es un mercado tradicional de prostitutas, y las afueras de la iglesia de San José, de La América y de La Candelaria son plazas de venteros y rateros. En nuestro Parque del Periodista hay punkeros, metaleros, homosexuales y marihuaneros, algunos de ellos, claro está, periodistas de oficio. El cementerio que antes era de los ricos, desde hace un par de décadas pasó a ser de los pobres y también es un museo y tenemos una biblioteca que era cárcel. El panorama no cambia mucho de una ciudad a otra, por más capital que aquella sea, por más renovada que ésta se encuentre.


Este fragmento lo tomé de la página 97 de Su casa es mi casa, una novela que leí en pocas horas y que, seguramente en muchísimas más, escribió Antonio García Ángel, un bogotano entrado en los 30, que escribe la columna El Erizo en la revista Soho y que junto a Efraim Medina, Carolina Sanín, Ricardo Silva y otros, le van dando forma a algo parecido a una nueva ola narrativa colombiana.
Esta novela es particularmente sencilla, el relato es tan simple que parece que alguien te estuviera contando una historia detectivesca, algo divertida, con quiebres inesperados.

Esta es, en pocas palabras, una lectura placentera para una escritura poco pretensiosa, que se nutre de cientos de referentes: urbanos, como el fragmento citado, musicales, literarios y cinematográficos. No hay giros ni sobresaltos incomprensibles, no hay nuevas técnicas narrativas que a veces lo que creo que buscan es hacer sentir ignorante al lector. Hay, sí, una buena novela, ágil y simple, pero llena de fantasmas e historias que la hacen rica, para mi gusto.

Así que hay dos invitaciones: leer Su casa es mi casa, Recursos humanos y/o las columnas de García Ángel, y visitar Bogotá, esa tremenda contradicción urbana, que la hace más ciudad.