5.26.2011

Una ciudad, dos ciudades, tres ciudades…

Aranjuez, Comuna 4.
Escribiré corto, para no cansarme y volver a hacerlo cuanto antes. Porque quiero hacerlo cuanto antes, porque me gusta escribir, y me gusta que esos que llegan y leen, pues lean. De lo contrario, este ejercicio no tendría sentido. Esto no es un diario privado.

Temas para escribir, muchos: la demanda de mi vecina, la pelea con los políticos, las frustraciones de un partido, lo divertido y retador que me ha resultado ser profesora universitaria, los cambios de la radio con las nuevas tecnologías, el recorrido que hice ayer con Perla, Caicedo y sus sesenta años y el agite que me sigue provocando leer ¡Que viva la música!, las noches de teatro, el Foro de Cultura, en fin. Los temas no faltan.

Y cuando empiezo, me pregunto: ¿y esto qué tiene que ver con la intemperie? Y entonces renuncio a escribir. Pero ayer salí a la calle con un propósito: volver a ver las historias que se cuentan con los muros. Esto lo había hecho hace varios años, fotos como la de Pablo Escobar y la de esa calavera que hoy sobrevive en otro muro, son el testimonio que me quedó en Flickr, porque el backup de mi equipo desapareció.

Se trataba de contar lo visto, en compañía de la periodista de un medio local (además, gran amiga), a través de Twitter. Es una experiencia periodística divertida, me gustó hacerlo. Me invitó ella, dizque porque conozco un poco el tema, pero me corchó con varias preguntas: ¿qué dice la Alcaldía de esto?, por ejemplo. No tengo idea. Me invitó dizque porque conozco la ciudad y soy amante de las calles.

Para conocer todas las ciudades que contiene Medellín en su mapa necesitaré más vidas que siete gatos, porque sigo descubriendo todos los días, a través de otros ojos, de otros oídos, de muchos otros sentires, otras ciudades que ni siquiera imagino.

Amante de las calles, en todos los sentidos y con todos los sentidos. Callejera por naturaleza y de nacimiento. Andariega como me enseñaron. Rebuscadora del aliento que exhala cada esquina, diferente en cada hora del día. Ya he contado quizás que mi papá me llevaba al centro a mostrarme las calles y a enseñarme sus nombres y es un conocimiento del que hoy me enorgullezco, porque aunque no sé ni para dónde voy con este texto, sé dónde estoy parada, sé que Medellín me es ajena y que aunque el mundo no se acaba en los límites con Envigado, Sabaneta o Bello, sé que esta ciudad es un mundo, uno de muchos, un mundo que intento conocer a través de esas calles de las que, dice el periódico de hoy, soy amante.