5.24.2015

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (Haruki Murakami)

“Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se le puede llamar”.
André Breton. Manifiesto surrealista

“Cuando debas ir hacia arriba, busca la torre más alta y sube hasta la cúspide. Cuando debas ir hacia abajo, busca el pozo más profundo y desciende hasta el fondo. Cuando no haya corriente, quédate inmóvil. Si te opones a la corriente, todo se seca. Si todo se seca, el mundo se ve envuelto por las tinieblas”.
Haruki Murakami. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Página 80

Escuché alguna vez, en una emisión del programa Los Libros (Señal Radio Colombia), que regalar un libro era regalar la obligación de leerlo. Y claro que tiene razón el que lo dijo, que lastimosamente no recuerdo quién fue. ¿Qué responderle a alguien que te ha regalado un libro hace más de un año para el que aún no has sacado el tiempo suficiente para leerlo? Yo siento un poquito de vergüenza. El punto a favor está cuando esa persona que se atreve a imponerte semejante tarea te conoce lo suficiente como para regalarte una obligación placentera. Recibí entonces (como regalo) el encargo de leer Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994-1995), de Haruki Murakami; mi primer encuentro con el japonés, a quien por alguna razón inexplicable le había huido. Luego vino Sputnik, mi amor (1999) y, tras estas dos lecturas, sumadas a uno de sus últimos cuentos, Yesterday, incluido en el libro Hombres sin mujeres (2015), me siento ya una novata seguidora de este autor.

Una obra construida en capas, con subidas y caídas (como lo anuncia el fragmento que elegí para abrir este comentario). Un relato que en algunos momentos te pone en la más alta de las torres y en otros te lanza al pozo más oscuro, más profundo. Y ese pozo es un laberinto onírico que se recorre por suelos y subsuelos. Es fascinante la manera en que a través de todo el libro se van leyendo los recuerdos, los sueños y las que creemos que son las realidades. ¿Cuál es, en últimas, el universo “real” de Tooru Okada? ¿Cómo logra un golpe que parece ocurrir en medio de una pesadilla mandar al hospital a un sujeto del mundo 'real'? ¿Por qué una llamada que proviene de un sueño es recibida en una casa de la ciudad como si viniera de cualquier lugar terrenal? ¿Cuál es el punto de convergencia entre el sueño y la alucinación, el recuerdo ajeno y la vida propia?

Preguntas que surgen de la transposición de los universos metafísicos que sutilmente se van rozando, a través de manifestaciones mínimas pero determinantes: una llamada telefónica, una carta o la partida cotidiana de un gato. Luego, esas sutilezas se van desdibujando y hay un estallido que borra los límites entre esos universos. Estamos frente un libro que plantea la posibilidad de la existencia de dos (o más) mundos entre los cuales es posible transitar a través de una liviana puerta giratoria, pasos que van desde la realidad a la ficción convergiendo en una sola vida; la armonización de dos estados que mencionaba Breton en su manifiesto surrealista. ¿Es May Kasahara un personaje tangible, perteneciente al mundo de la realidad o es una invención de la desolada mente de nuestro protagonista? Porque esa búsqueda que emprende –la búsqueda del retorno– lo lleva a tomar rutas que para su sedentaria vida resultan extremas, a bajar hasta el fondo del pozo, a sumergirse. Y en ese camino su mente se nubla, su juicio parece alterarse:

“Se me hacía extraño saber que mi cuerpo estaba allí y no ser capaz de verlo. Inmóvil en la oscuridad, cada vez me parecía menos evidente el hecho real de encontrarme allí. Por eso, de vez en cuando, carraspeaba o me pasaba la palma de la mano por la cara. Así, mis oídos se cercioraban de la existencia de mi voz, mis manos de la existencia de mi rostro y mi rostro podía cerciorarse de la existencia de mi mano”. (Página 325)

Viajes acuáticos y subacuáticos

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es un libro de viajes: un viaje entre mundos o universos, un viaje del sueño a la realidad, un viaje por la ciudad, un viaje a la niñez y al pasado, un viaje a un pueblo cercano, un viaje a la tintorería, un viaje por el barrio, un viaje al pozo más profundo, un introspectivo viaje al interior de sí mismo.

Y en ese viaje que propone el libro es constante la presencia del agua, por eso es un relato para navegar; es posible entonces que el agua, como elemento simbólico, logre ese efecto de fluidez al transitar entre las páginas. Porque el relato es denso, enrevesado, fatigoso. Pero, en contraste, el paso de una realidad a otra, de un paisaje a otro, de una geografía a otra, es ligero, a veces imperceptible.

“Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua”.

Lee uno estas palabras de Borges (Arte poética) y se siente así cuando va navegando por esta crónica; el tiempo que va por un río, un arroyo, un pozo que se llena; el tiempo, los tiempos por los que transita Okada y los tiempos de cada uno de los surrealistas personajes que van apareciendo. ¿Existieron realmente las hermanas Kanoo, la distinguida Nutmeg y su hijo Cinnamon, el teniente Mamiya y la divertida May Kasahara? Es decir, ¿existieron realmente en la vida de Okada inventada por Murakami en esa superficie de suburbios, metro y lavanderías? ¿O es Okada un río por el que pasan los personajes que lo acompañan?

“Yo no soy más que un simple camino por donde pasa el hombre que yo soy”. (Página 365).

Y ese camino, que es tránsito, pasaje, que es el escenario para el recorrido, para el viaje, puede ser también un río por el que vemos fluir los personajes, las palabras, la historia. Puede ser, incluso, un río subterráneo descubierto luego de tocar fondo en ese primer río. O al menos de esa forma puede uno sentir la lectura, que es en capas, que pone un mundo dentro de otro, que nos confunde. Piso el suelo firme en el fondo y me encuentro con una arena movediza que me lleva a otro río o a un pozo sin fondo. Y luego, por obra, gracia y milagro de la palabra, regreso a la superficie del narrador que me va guiando.

Hace unos días me topé con el inicio de Así empieza lo malo, la más reciente novela de Javier Marías, –otra lectura obligada que me hace cargar la vergüenza de tenerla apenas iniciada–, que habla de la ficción y la realidad como gemelas que se repiten, carentes de originalidad, fotocopias cuya tinta es una sola y cuyas ideas e imágenes se confunden:

“...la índole de los personajes no cambia nunca o eso parece, los de la realidad y los de la ficción su gemela, se repiten a lo largo de los siglos como si carecieran de imaginación las dos esferas o no tuvieran escapatoria...”

Suelo dejar los textos guardados en la nevera mucho tiempo. Este, particularmente, lo escribí en enero, cuando terminé de leer la novela, con el fin de que no se me enfriaran las sensaciones ni los pensamientos. Ya volví a Murakami. Sputnik, mi amor fue mi segundo encuentro con el autor. Una novela también misteriosa, un encuentro de dos mundos, una historia de preguntas y confusiones; una novela que, como bien lo describe su personaje-narrador, un profesor de escuela, parece ser “un sueño apacible y semiótico”. Y es curioso cómo se encuentran los relatos (¿una fórmula, quizás?), o cómo los encontré yo. Acá, un ejemplo de esas convergencias. Podrían ser pronunciadas estas frases por el mismo personaje, por el mismo ser (como, de hecho, lo son si pensamos en el universo del autor):

“Me daba la impresión de que cada día que pasaba me alejaba más de mí mismo. Si me quedaba mucho rato contemplándome las manos, tenía a veces la sensación de que transparentaban, de que se veía al otro lado”. (Página 524)

Mientras que el narrador de Sputnik dice:

“A veces, cuando me levanto y me miro al espejo, me parece estar viendo a otra persona. Si no ando con cuidado, esa persona me va a ir dejando atrás”. (Página 73)

En conclusión, me regalaron la bella de obligación de leer un libro. Y me regalaron también una puerta que ha quedado entreabierta para recibir más lecturas, más novelas, más cuentos de este autor. Si este intento de reseña no dice todo lo que podría decirse sobre Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, ofrezco mis disculpas; me encuentro, como dice Murakami en una de las tantas frases que quedaron subrayadas en este texto, frente a la “frustración de querer describir algo, de querer explicar algo y fracasar”. Parece que todo esto: las lecturas, las historias, los personajes y sus encuentros, fuesen una “ilusión deconstructiva con visos de realidad”. Y ya no estoy segura de cuál de los dos libros tomé esta última frase.