8.26.2013

Que viva la música

Esta vez me fui para el Teatro Matacandelas a leer un fragmento de Que viva la música. Recuerdo mucho la primera vez que fui al Matacandelas, la fila en ese callejón en el que me senté a leer y la obra que vi: Angelitos empantanados. El autor: Andrés Caicedo, el suicida que dejó una novela llamada Que viva la música; novela esa que comienza con el sonoro "Soy rubia, rubísima". Así que, considerando esa unión mágica entre Caicedo y el Matacandelas y mi deseo de leer a la intemperie unas páginas de esta novela, no podía encontrar mejor escenario.

Matacandelas: lugar de encuentro con otros, lugar de miradas hacia uno mismo, tertulias, reflexiones, fiestas, trasnochos y música. Gracias por dejarme entrar a esa casa.

Son muchas las referencias musicales de esta novela. Elegí para dar inicio a esta lectura Que viva la música, de Ray Barreto; Yo soy Babalú de Richie Ray y Bobby Cruz; Tin Marín, de Ricardo Ray y House of the rising sun, de The Animals, canción que también suena en las tablas del Matacandelas cuando en ellas podemos ver Angelitos empantanados.

7.21.2013

Una mujer sin país

La idea es simple: leer en voz alta, acudir a textos literarios que me gustan, que tienen que ver conmigo. Cuentos, en su mayoría, pero también fragmentos de novelas y ensayos literarios. Todos ellos, leídos a la intemperie. Sentarme en un parque, en una esquina, en una acera, en una tienda y, allí, abrir el libro con las páginas seleccionadas y compartir las palabras escritas que me gustan, desde los lugares que habito, con quien esté dispuesto a escuchar.

El recorrido comienza en el balcón de mi casa: primer escenario que me saca un poco de la intimidad de mi cuarto, mi sala, mi biblioteca, mi cocina, de mi hogar, y me permite escuchar y respirar la calle, la intemperie. Y la primera lectura es del estadounidense John Cheever. Este cuento, Una mujer sin país, está incluido en una selección llamada "Cuentos para mujeres solas". La primera vez que lo leí estaba en el patio de un hotel en Cartagena, sola, aprendiendo a lidiar con las diversas formas de la soledad.

Reconciliarse con la soledad, con las soledades, es la única vía que nos queda cuando reconocemos el inevitable estado solitario al que estamos destinados. Si estamos en capacidad de comprender que "la soledad es el fondo último de la condición humana" (O. Paz), estaremos también en capacidad de alimentar cada día, cada instante y cada una de nuestras, como diría Barthes, pequeñas soledades.

La referencia musical que aparece en el cuento es un popular tema de jazz, de Hoagy Carmichael: Stardust.


 

3.05.2013

Tardes que suenan a silencio, que huelen a "Soledad"

La tarde del domingo estaba a punto de finalizar. La calle en la que queda la tienda de mi papá (en el barrio Prado Centro) es relativamente silenciosa, pasan los vecinos, que caminan como arrastrando el peso de sus casas que parece a veces que se les vinieran encima, esas casas que susurran cuando uno camina cerquita, entran a la tienda, saludan, hacen chistes sobre su pobreza, se ríen, salen. 

Afuera, al lado de la ventana, está don Jaime en su silla de ruedas; ahí pasa muchas tardes de domingo, toma tinto, fuma Ibiza, charla con mi papá, alega cuando pasan unos negros que hacen más ruido del que parece que esas aceras pudieran soportar. “Aunque no todos son negros, aclara él, pero qué hijueputas para hacer bulla.


Desde adentro, don Jaime es el protagonista de la escena que uno ve, estática, a través del ventanal que da a la calle Moore. Estático su cuerpo, que permanece en una silla de ruedas; estática su expresión; estático, pareciera, el viento y el color de esa tarde, que se ve igualita desde las dos hasta ya bien entradas las seis, cuando el sol comienza a desaparecer. Pero esas cuatro horas transcurren sin matices, sin variaciones cromáticas. Es como si el tiempo de domingo no pasara.

Y en medio del estatismo y la inmovilidad del viento y del color, ocurren conversaciones que no van para ninguna parte, que surgen de la nada o del aburrimiento y que no tienen conclusión alguna, porque no surgieron con más intención que la de traicionar el tedio, hacerle trampa al enmudecimiento de un barrio, de una tarde, de una calle con nombre de apellido londinense que junto a otras calles de Prado, también ha enmudecido (por eso las casas, de muchas formas posibles, gritan)


***


- ¿A usted le gusta el tango de Piazzolla?

No, es que a mí no me gusta el tango... no me gusta sino una que otra de ese... ese... Gardel.

- Hombre, pero es que tenés que escuchar otros tangos...

- Bueno, me gustan unos de Magaldi, también.

- Pero es que son otro tipo de tangos, hombre.

- Pero a ese Piazzolla sí lo distingo. Sale mucho en los crucigramas...





Don Jaime pide el último cigarrillo Ibiza. La tarde ya cambió de color. Son cerca de las siete y casi casi ha oscurecido del todo.