7.21.2013

Una mujer sin país

La idea es simple: leer en voz alta, acudir a textos literarios que me gustan, que tienen que ver conmigo. Cuentos, en su mayoría, pero también fragmentos de novelas y ensayos literarios. Todos ellos, leídos a la intemperie. Sentarme en un parque, en una esquina, en una acera, en una tienda y, allí, abrir el libro con las páginas seleccionadas y compartir las palabras escritas que me gustan, desde los lugares que habito, con quien esté dispuesto a escuchar.

El recorrido comienza en el balcón de mi casa: primer escenario que me saca un poco de la intimidad de mi cuarto, mi sala, mi biblioteca, mi cocina, de mi hogar, y me permite escuchar y respirar la calle, la intemperie. Y la primera lectura es del estadounidense John Cheever. Este cuento, Una mujer sin país, está incluido en una selección llamada "Cuentos para mujeres solas". La primera vez que lo leí estaba en el patio de un hotel en Cartagena, sola, aprendiendo a lidiar con las diversas formas de la soledad.

Reconciliarse con la soledad, con las soledades, es la única vía que nos queda cuando reconocemos el inevitable estado solitario al que estamos destinados. Si estamos en capacidad de comprender que "la soledad es el fondo último de la condición humana" (O. Paz), estaremos también en capacidad de alimentar cada día, cada instante y cada una de nuestras, como diría Barthes, pequeñas soledades.

La referencia musical que aparece en el cuento es un popular tema de jazz, de Hoagy Carmichael: Stardust.