1.08.2008

Bogotá, su casa, mi casa

"A la iglesia de Las Nieves se puede entrar a comprar salchichones porque su nave izquierda está ocupada por una salsamentaria. Justo enfrente, en el Parque de Las Nieves, hay una estatua de un prócer de la patria que no tiene nombre y que nadie sabe de quién es porque los próceres colombianos son igualitos: se parecen a supermán. La iglesia de Usaquén casi fue demolida porque los vecinos del lugar buscaban un tesoro indígena que dizque estaba enterrado frente a la puerta. El Museo Nacional era una cárcel y la Avenida Jiménez era un río. En el Parque de los Periodistas no hay un solo periodista y en el Chorro de Quevedo no hay chorro, sólo marihuaneros. La carrera Séptima, que atraviesa la ciudad, cambia de sentido dos veces al día; cuando hicieron la Avenida Caracas se supuso que iba a llegar hasta esa ciudad y les falló el cálculo por más de mil kilómetros. Cuando Jiménez de Quesada plantó la bandera española y mandó levantar doce chozas, no estaba fundando una ciudad, estaba creando la contradicción urbana más grande que la humanidad haya conocido."

Si bien se habla de Bogotá, aquí también habría una descipción de Medellín, y de quien sabe cuántas ciudades más. El desorden urbano es una característica que nunca, por más planeación o planificación que exista, será controlado. Las ciudades se van construyendo en el día a día, según las necesidades de los habitantes de siempre, según los requerimientos de los nuevos vecinos, según los caprichos de los gobernantes.

Si el ala izquierda de Las Nieves en Bogotá está ocupada por una salsamentaria, el atrio de La Veracruz en Medellín es un mercado tradicional de prostitutas, y las afueras de la iglesia de San José, de La América y de La Candelaria son plazas de venteros y rateros. En nuestro Parque del Periodista hay punkeros, metaleros, homosexuales y marihuaneros, algunos de ellos, claro está, periodistas de oficio. El cementerio que antes era de los ricos, desde hace un par de décadas pasó a ser de los pobres y también es un museo y tenemos una biblioteca que era cárcel. El panorama no cambia mucho de una ciudad a otra, por más capital que aquella sea, por más renovada que ésta se encuentre.


Este fragmento lo tomé de la página 97 de Su casa es mi casa, una novela que leí en pocas horas y que, seguramente en muchísimas más, escribió Antonio García Ángel, un bogotano entrado en los 30, que escribe la columna El Erizo en la revista Soho y que junto a Efraim Medina, Carolina Sanín, Ricardo Silva y otros, le van dando forma a algo parecido a una nueva ola narrativa colombiana.
Esta novela es particularmente sencilla, el relato es tan simple que parece que alguien te estuviera contando una historia detectivesca, algo divertida, con quiebres inesperados.

Esta es, en pocas palabras, una lectura placentera para una escritura poco pretensiosa, que se nutre de cientos de referentes: urbanos, como el fragmento citado, musicales, literarios y cinematográficos. No hay giros ni sobresaltos incomprensibles, no hay nuevas técnicas narrativas que a veces lo que creo que buscan es hacer sentir ignorante al lector. Hay, sí, una buena novela, ágil y simple, pero llena de fantasmas e historias que la hacen rica, para mi gusto.

Así que hay dos invitaciones: leer Su casa es mi casa, Recursos humanos y/o las columnas de García Ángel, y visitar Bogotá, esa tremenda contradicción urbana, que la hace más ciudad.

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