8.22.2007

Ya somos el olvido...

DESDE las primeras líneas este olvido me conmovió y no voy a negar que casi instantáneamente los ojos se me llenaron del agua que humedece la tristeza, la alegría o la nostalgia. No puedo hablar de esta narración como una novela. Quizá su prosa es demasiado natural, sin simbolismos ni de adornos literarios. Quizá el sentimiento de quien lo escribe es demasiado puro y sus palabras demasiado íntimas, como para ser una gran novela. El mismo libro, en una de sus páginas se define a sí mismo como “el intento por dejar testimonio de ese dolor. Un testimonio al mismo tiempo inútil y necesario. Inútil porque el tiempo no se devuelve ni los hechos se modifican…”

El de Héctor Abad Faciolince, que aquí se reconoce, aún más, como Héctor Abad - hijo, es un relato completamente amoroso, en el que este hombre se confiesa un amante de su padre, incluso en el plano físico, pues las expresiones y gestos cariñosos, abrazos, besos, caricias, eran parte de su ritual de encuentro, un ritual que entre montañas antioqueñas, y más aún en décadas anteriores, era frío, solemne, lejano.

De ese amor nace entonces el profundo dolor que da origen a ese relato igualmente profundo y, así mismo, desgarrador. El olvido que seremos, un libro en el que Héctor Abad Faciolince, hijo de Héctor Abad Gómez, ese médico humanista a ultranza, defensor incansable de los derechos humanos, manifiesta la ira, el desengaño, en últimas el dolor que a él y a toda su familia produjo la muerte de su padre, pero más aún, la alegría que para los mismos trajo el haber pertenecido a esa estirpe. En esas páginas queda descubierta la intimidad de una familia entera, entre amigos, estudios, novios, fracasos, encuentros felices, cenas familiares, costumbres.


Muchos pasajes de la vida nacional también forman esa red de hechos en los que los Abad Faciolince se vieron inmersos durante los años de lucha de su padre. Me conmovió especialmente -en realidad hay muchos pasajes conmovedores- cuando el autor dice que, contrario a lo que sucedía en muchas familias, en esta eran los hijos los que trataban de evitar que el padre asistiera a marchas y manifestaciones, pues sabían que estaba poniendo en riesgo su vida. Y recuerdo también, con indignación sobre todo, el capítulo en el que se menciona cierto ex-rector de la Universidad de Antioquia, de ultra derecha, tirano, injusto, que promovió el odio por el médico Abad y políticas que atentaban contra docentes y estudiantes. Más de 20 años después, este hombre, con su sonrisita maliciosa se sigue paseando por los corredores universitarios, ostentando sus títulos de doctor, hablando de políticas públicas, de epidemiología, de prevención... mientras que del médico Abad, el luchador, el incansable, antiburócrata, solo observamos una foto, una exposición y el recuerdo de sus columnas de opinión y programas de radio.

Y ahora, guardamos también esta radiografía que Abad Faciolince nos deja. Nos permite entrar en la intimidad de su hogar, escondernos detrás de las cortinas de la biblioteca de su padre para escuchar las conversaciones que lo hicieron ser cómo es, oler las comidas preparadas en su cocina, ser partícipes de años y años de vida –y de muerte- de esta familia. Todo esto por un motivo: mostrarnos lo grande que fue su padre vivo y lo grande que es su legado ahora. Creo ya que no queda duda de la gran transformación social a la que podríamos asistir si en la política, la economía, la salud y hasta la religión hubiesen quedado un poco, sólo un poco, de las palabras, las enseñanzas, las ideas del olvidado Héctor Abad Gómez.

Ya somos el olvido que seremos
el polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, las endechas.

Fragmento del poema de Borges que llevaba Abad Gómez
en un bolsillo de su chaqueta el día que fue asesinado
por paramilitares en Medellín, en el año 1987

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