8.10.2009

La primera tarea

Comencé un curso de periodismo narrativo en la Escuela de Periodismo Portátil, con Juan Pablo Meneses. Aquí está mi primera tarea, y aunque generalmente cada quien termina hablando de sí mismo, qué difícil labor es dedicarse a escribir un perfil propio, un autorretrato, una narración en la que es uno es protagonista. Espero seguir publicando en este blog cada uno de los textos que de esta nueva experiencia resulten.
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La imagen se traslada de la cámara a la pantalla, pasa por un delgado cable y se instala en el disco duro, un doble clic me permite apreciarla en detalle: cabello rojo y desordenado, a la altura de los hombros, si se le mira de frente. Ojos pequeños, color miel oscuros, piel blanca con pequeñas marcas, resultado de una alergia dermatológica que aunque se intentan disimular con maquillaje, no pueden huirle a una luz poco benévola. Mejillas nutridas, nariz prominente con pequeñas pecas y una boca algo gruesa para su tamaño. Más o menos ese es el resultado del autorretrato que acabo de tomar. Una fotografía sin esfuerzos dramáticos, en la que me quería ver tal como soy.


Pienso en mí con una cámara cubriéndome el rostro mientras obturo y obturo para guardar instantes que no quiero perder. Y recuerdo a Vasco Szinetar, un fotógrafo venezolano, que se ha dedicado a autorretratarse, cuando en una entrevista me dijo que la cámara no es importante, que tiene que disolverse para que sea el ojo el que entre en contacto con el mundo. Así he ido descubriendo la magia de la fotografía: apoderarme de las pequeñas soledades de las que está hecha la vida, soledades de las que habla Roland Barthes en ese libro de almohada: La cámara lúcida.

Así llego hasta mis libros, los que están a punto de romper la tabla superior de la biblioteca familiar, que ya no soporta el peso. Los libros que se tragan gran parte de mi salario, pues, como el peor de los vicios, es imposible ya pasar de largo por una vitrina de librería o no visitar a don Hernán Salamanca, un librero de viejo que se convierte en el mejor cómplice de sus clientes. Entre esas, yo. Cada que lo visito en su local, ejemplares de Kawabata o Mishima, libros de periodismo, Sandor Marai o algo de Poe o Sade se escapan de su estantería para venir a ocupar la mía.

Tal importancia han tenido los libros, que el periodismo se me incrustó debajo de la piel cuando leí a Germán Castro Caycedo hablando de la amargura de un país de extremo a extremo. Tenía 10 años cuando leí Colombia amarga y entonces entendí que quería ser periodista.

En un gesto caprichoso, comencé a estudiar derecho, entendiendo siempre que no había nacido para eso. Y de Montesquieu y Rosseau me fui trasladando a Capote, Talesse y Wolfe. Sólo un bloque me separaba de mi sueño y era menester para mí cruzar ese largo corredor. Poco a poco avancé en baldosas y me quedé por cinco años en la una facultad de comunicaciones.

Como la mayoría, quería ser escritora, contadora de historias, “darle voz a los que no la tienen”, bella y utópica frase de periodistas apasionados. En ese empeño me mantuve, pero mutando de pieles mediáticas. Del deseo de escribir y tras descubrir una cualidad para hablar, me incliné hacia la radio cultural; es una caja de sonoridades que afecta el oído y debe extender esas sensaciones a los demás sentidos.

Y en medio del gusto por la radio, construido en años de escucharla y producirla, renació el deseo por la escritura, gracias a un afortunado ofrecimiento que me llevó a trabajar en un desaparecido periódico de Medellín que por 15 años se sostuvo como medio independiente; un periódico que habló ‘durito’, como decimos por acá, hasta sus últimos días de vida, días que viví con el desasosiego de un periodista que pierde su empleo y de un ciudadano al que le clausuran un medio.

Mi panorama de la prensa escrita local estaba cerrado, pues no me declaro amante del periodismo de diario, noticioso, mediático. Explorando otros horizontes estoy entonces en la vida digital, el periodismo en nuevos formatos, un mundo de portales, podcast, blogs y virtualidad.

Frente a una pantalla estoy yo: una mujer testaruda, obsesiva hasta el límite con su trabajo, sensible con la vida que todos los días se pasa frente a sus ojos, un poco más complicada de lo necesario, que se atiborra de lecturas para escribir un sencillo perfil sobre sí misma y que sufre por los límites de caracteres, porque empieza a mutilar palabras dejando sólo las que son útiles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que deficil se hace al final de las ideas “dejar” solo las que de verdad son “utiles,” las que interpretan, las que transmiten el sentimiento que se desea plasmar. Mi teclado no utiliza tildes, entonces no tengo que preocuparme por ellas, porque ya demarcan un limite… aunque el idioma, lo se. Me parece que entre el periodismo y el derecho, “derecho a las palabras” te desenvuelves muy bien, tienes estilo, tienes palabras, tienes ideas; pense por un instante, como sera el momento en que descubras tu obra, tu libro, no tu novela, las novelas despedazan, creo; olvida los libros, aunque las lecturas sirven, son pequeñas entrevistas con autores, olvida la mujer testaruda que eres, (aunque lo seas) olvida el limite, (que en realidad no existen) y mira hacia dentro, de ti, capta en el silencio esas palabras que estan esperando que sean descubiertas… deja tu mundo interior volar… y comienza a escribir sin parar… Si esa fuerza interior es tan grande como la que alcanzo a interpretar en tus ideas (en las pocas palabras que no mutilas), entonces deja que tu interior fluya… y describe ese interior… o no solo tu interior…. si no el universo entero que hay dentro de ti… en ese espacio… al que estas tratando… de percibir
con sensibilidad
y sin complicaciones,
… deja que las palabras rueden,
que salgan,
plasmalas,
no las cortes,
… no las cortes,
e ahí… la magia,
o el encanto,
de una sola,
cuando esta sola,
… y te tornas
testadura…
obsesiva,
sensible,
complicada…
… escribe sin fin, no te detengas… hay magia en tus palabras, en tus ideas,...
Johny