Detrás de las puertas del Teatro Oficina Central de los Sueños hay grandes artistas y grandes amigos. Por eso, este año, decidí cambiar mi papel de espectadora y me fui a vivir la fiesta de una comparsa con ellos. Colorida, transformada, maquillada y un poco aporreada, corrí por la Avenida La Playa y fui inmensamente feliz. Así que para ellos, mis amigos de Oficina, ese espacio que he habitado con tanta frecuencia y tanta alegría desde hace algunos meses, para ellos escribí este sencillo texto.
La puerta del Teatro Oficina Central de
los Sueños permanece cerrada de domingo a miércoles. Se ve, sobre
la carrera Girardot, entre Maracaibo y La Playa, una fachada algo
estrecha, una puerta azul, un cartel que anuncia lo que sucederá a
partir del jueves. Todo parece en silencio. Si de casualidad uno pasa
mientras alguien está entrando y de puro curioso mira hacia adentro,
no se lleva ninguna sorpresa, todo parece en silencio.
Pero si la impertinencia alcanza y uno
pregunta y hasta entra, después del corredor estrecho que le sigue a
la puerta azul, con un piso de iglesia igual al de la Iglesia Nuestra
Señora de los Dolores, del Parque de Robledo (la iglesia de mi
infancia y adolescencia), se encuentra uno con un patio y un muro con
un graffiti que, en letra incomprensible, difícilmente deja leer la
palabra SUEÑOS y que, además, tiene el rostro del maestro Santiago
García, director del Teatro La Candelaria.
Y al frente del patio, dos cuartos con
computadores, mobiliario, afiches, un poco de desorden y personas
trabajando, enviando mails, escribiendo tuits, haciendo cuentas,
vendiendo boletas, . Ellos hacen parte de esta Oficina, hacen parte
de Medellín en Escena, una agremiación de artistas escénicos de
Medellín que, entre otros logros, cuentan hoy con la Fiesta de las
Artes Escénicas, un festival de teatro que llena salas.
El patio se une con otro salón que
tiene una barra, lugar que hace las veces de buffet, de bar o de
bailadero según el ánimo y las necesidades del momento. Y si uno
sale, otro corredor y otra puerta y atrás, el escenario. Y es martes
pero el escenario está lleno. Claro que la obra no está lista. Todo
parece en construcción, todo está a medio armar, huele a sacol, a
pintura fresca, a vestuarios desempolvados.
Suenan tijeretazos, voces afanadas,
pasos acelerados. ¿Dónde está la falda de colores? ¿En cuál
maleta quedó el vestido? Muchachos, escuchen. Todos acá un momento,
por favor. Ya van a ensayar los músicos. Es la voz de Juan, el actor
flaco y alto que representa a Gonzalo Arango en Fin de viaje. Él es
el director de la comparsa de Oficina Central de los Sueños, que
salió el 26 de agosto junto a otra cantidad de grupos de artes
escénicas de Medellín que, este año, se dieron a la tarea de
recrear personajes y situaciones relacionadas con el rebusque del día
a día, con el trabajo de la calle, con la economía informal, con
las ventas ambulantes, con ese paisaje diario de las calles del
centro de Medellín, de los semáforos, de las esquinas.
Entonces dentro de Oficina Central de
los Sueños, chicos de las redes de artes escénicas y de danzas,
actores profesionales, músicos y amigos de la casa, le dieron vida a
personajes que nos encontramos cotidianamente: jóvenes limpiavidrios
con su instrumento de trabajo, un tinterillo, representado por Luisa,
que portaba un abundante bigote, una prominente barriga y una máquina
de escribir hecha de cartón; tres hermosas negras (muy blancas todas
ellas antes del maquillaje) que cargaban mandarinas y gelatinas
gigantes sobre sus cabezas, la tercera arrastraba una parrilla con
provocativas porciones de carne, chorizos y arepas de espuma; varios
vendedores de discos compactos piratas de géneros tan diversos como
el 'roc' o la 'colomviana'. El vendedor de algodones de azúcar que,
por su tamaño, de haber sido reales, podrían ser compartidos por
ocho personas o causar un coma diabético a su consumidor; los
minuteros cargados de celulares encadenados a sus cuerpos, un
vendedor de mazamorra, una carreta de voluminosos aguacates
arrastrada por un tipo chiquito con sombrero y bigote como mexicanos,
un volantero medio cojo con una gorra hecha de pedazos de volantes
que distribuía pequeños cuentos amarillos, tradicionales vendedores
de chicles, papitas, confites, cigarros; taxistas y conductores de
transporte escolar, que encabezaban la escena y que eran abordados
por aquellos limpiavidrios que aparecieron en el inicio.
La música de esta comparsa corrió por
cuenta de los merenderos, músicos dedicados a la chizga, de los que
habitan el Parque Berrío y algunas bancas de Carabobo, de los que
persiguen parejas para ofrecer serenatas. Ellos fueron representados
también por actores – músicos que hacen parte de Oficina Central
de los Sueños.
Todos con las pieles insoladas por el
maquillaje, intentando mostrar los vestigios de la exposición al sol
de los vendedores de verdad, que corren y se esconden y regresan y
marcan territorio y establecen su propio orden y están ahí. En
estos personajes, que se veían como caricaturas de esos oficios tan
cotidianos y tan propios de estas ciudades en las que ya casi no hay
cama pa' tanta gente, ellos, los que salen cada día de sus casas a
rebuscarse lo del diario, se vieron reflejados, se rieron de sí
mismos, corroboraron que a pesar de ser ya paisaje habitual de
nuestras calles y aceras, sí los miramos, sí los sentimos, sí
entendemos que el espacio que ocupan es un espacio ganado. A veces
alegamos, a veces nos molestamos cuando nos atacan por montones con
papelitos que prometen dinero, tranquilidad, préstamos fáciles,
felicidad completa, amor eterno; y otras veces rogamos encontrarnos
con el vendedor de aguacates cuando estamos camino a casa o nos
encontramos el marco de gafas más hermoso y barato justo debajo de
un puente en una tabla de icopor. A ellos, la Oficina Central de los
Sueños les hizo este entretenido homenaje en la Comparsa Inaugural
de la VIII Fiesta de las Artes Escénicas.
¿Y qué vamos a hacer en la Novena?